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Jueves | Amnistía
Sale el ministro Bolaños a anunciarnos la amnistía al molt poco honorable Puigdemont. Está exultante el tío, como un adolescente que les cuenta a sus amigotes que acaba de perder la virginidad, como un Adán con gafas que nos ha encontrado la puerta de regreso al paraíso.
Da la impresión de que el ministro, y en esto coincide con buena parte del Gobierno y su cla, ha acabado por convencerse a sí mismo. Por creerse de verdad que lo que al principio era sólo un mal inevitable que nos salvaba de un ... peligro mayor (el gobierno de la derecha, o sea) es algo estupendérrimo, lo mejor que le ha pasado a España desde que a alguien se le ocurrió echarle cebolla a la tortilla.
Me da rabia, la verdad, pero ya he dejado de enfadarme. Ahora más bien me desalienta, y no solo es por pensar con qué facilidad un Gobierno en pleno olvida todos sus principios y promesas. Lo que me preocupa es lo que viene.
Dice Bolaños que ahora que hay amnistía ya podemos hablar del resto de las cosas en paz. El «resto», ése que se mide en billetes de euro. Me pregunto qué creerá el superministro que ha cambiado: hasta ahora los asuntos presupuestarios se negociaban tan ricamente entre instituciones o entre partidos, ya saben, como si esto fuera un país democrático. Y ahora se seguirá haciendo, más o menos igual. Igual lo que le pasa a Bolaños es que, cedido lo más pedregoso, lo que ahora toca ceder a él le va a ser mucho más fácil.
Y es un problemón, fíjense. Puigdemont ha retorcido el brazo de Sánchez todo lo que ha querido, y le ha salido de maravilla. No veo ninguna razón por la que no vaya a aplicar el mismo torniquete para seguir sacando cosas. Sobre todo para insistir en esa perversa lógica de los nacionalismos vasco y catalán: que puesto que son más ricos, deben recibir más dinero, y que todo lo que no sea eso es «deuda histórica» Porque histórico es también su derecho a ser tratados de forma distinta, léase mejor, que el resto.
Es ese nacionalismo de ricos, el más repugnante, ese que debiera provocar sarampión a los partidos que gobiernan y que se dicen de izquierdas. Recuérdenlo cuando les hablen de «pacto fiscal», bonito eufemismo para querer tapar la absoluta insolidaridad de los ricos con los menos ricos.
Sonríe Bolaños, sonríe Puigdemont preparando las maletas. No sonreímos igual una buena parte del resto de los españoles, pero da igual. En realidad, tampoco importamos tanto.
Domingo | Máscaras
A estas alturas ya resulta evidente para cualquiera que en plena urgencia mortal, cuando los españoles nos creíamos más juntos y solidarios que nunca, había un buen montón de ratas que, lejos de abandonar el barco, intentaban hacerse ricos con el naufragio. Lo de las mascarillas ha resultado ser particularmente repugnante.
A la vera del caso Koldo, mi compañera Carmen Nevot recordaba el domingo cómo el Gobierno de La Rioja dejó que se caducara ¡dos veces! el expediente administrativo para reclamar un porrón de euros por unas mascarillas lamentables que una empresa nos había endilgado en lo peor de la tormenta. Dos veces, repito. Como si no hubiera prisa ni ganas por investigar ni por reparar el daño a lo público.
Uno se pregunta por qué; la verdad es que casi prefiero pensar en la incompetencia sobrevenida tras un momento de dificultad extrema, la alternativa es mucho peor. Pero incompetencia sostenida y repetida: doblemente vergonzosa.
Jueves | Logroño
Aprueba el Ayuntamiento construir un carril bici en Lobete. También hacer un buen montón de pasos elevados. Y también colocar 145 cargadores para coches eléctricos. Y una zona de bajas emisiones. No es el Ayuntamiento de Hermoso, no: es el de Escobar. Sólo que este Consistorio de ahora dice que lo hace para rebajar el ruido, en lugar de hablar de movilidad sostenible. No crean que no me alegra, por mucho que me haga algo de gracia: ésa sigue siendo la única dirección buena que tiene una ciudad de este siglo XXI.
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