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Viernes
Viene el ministro Puente a Logroño y, quién lo diría, se pone a hacer de ministro. O sea, a hablar de lo que tiene o ... no tiene que hacer en el ámbito de su departamento. Y para ello usa argumentos racionales y comprensibles, escucha a un interlocutor que no es de su partido (sino del conglomerado derecha-ultraderecha, oiga) y hasta acaban entre ambos logrando algo que se parece mucho a política de verdad.
Hizo de ministro, en fin, y no de vocero demagógico de red social, que es lo que más le conocíamos por estos lares. Estaba viéndolo en directo y por momentos me daban ganas de aplaudir. Olé. No sólo por él, porque la cosa fue en pareja con el presidente de los riojanos, Capellán de apellido.
Fíjense qué fácil es, o parece. Uno (Capellán) tiene una idea. No es nada descabellado, ni un brindis al sol para meterle el dedo en el ojo al contrario; o sea, un par de trenes más a Madrid. Otro (Puente) lo examina y dice: «Mire, esto ahora no se puede porque, le cuento...». Y le cuenta. Y en eso que le cuenta hay motivos razonables, que el otro asume, rebate en lo posible y acepta en lo que no. Y al final hay un compromiso de lo que se puede hacer desde un punto de vista razonable y en un plazo razonable. No ideal, no perfecto. Pero posible, factible y comprobable.
Todo alrededor de una mesa en la que además hay técnicos, de esos que manejan números, y no aspirantes a líderes del mundo libre que manejan titulares.
Fue un gustazo de rueda de prensa, en realidad, aunque solo fuera por su falta de alharacas. Odio con todas las fibras de mi alma los acuerdos «históricos», los discursos sanguíneos y las apelaciones a haber cambiado la vida de los ciudadanos de un plumazo y porque yo lo valgo. Ojalá siempre así: cosas pequeñas y tangibles, argumentos de pie de campo y compromisos concretos fácilmente vigilables y comprobables.
Probablemente Puente volverá a Twitter en un rato, tampoco pidamos imposibles. Capellán no tiene por costumbre meterse en politicadas nacionales (lo suyo es un aparente desinterés en lo madrileño que raya en lo patológico) pero no hay gobierno autonómico que no saque la pata de vez en cuando.
Pero por ahora, permítanme agradecer este pequeño espacio que huele a trabajo bien hecho. Un señor de un lado y otro del otro se saltan el muro para, en fin, simplemente hacer. Esa debería ser la definición de político. Gente que hace cosas. Nada menos.
Miércoles Teatro
Estas cosas son como una mala pesadilla: políticos que se cargan una obra teatral porque, creen, va a ofender a niños, padres, madres, ancianos o perros. Me molesta profundamente por dos cosas. La primera, porque en la mayoría de las ocasiones, y esta de Logroño con el 'Despotorre' no parece una excepción, lo censurado no justifica ni de lejos las excusas que llevan a censurarlo.
Y dos, y quizá la principal, porque no deberían las instituciones públicas ponerse a pensar en qué ofende o no a sus convecinos. Ofenderse es un asunto personal, un umbral que pone cada uno con su conciencia, su gusto y sus prejuicios. El dinero público ha de servir para fomentar propuestas de todo tipo y para que luego cada uno elija, siendo adulto para todo: mi ofensa es mía, y no tengo derecho a intentar acallar lo que a mi me ofende.
En fin, una y otra vez pasan estas cosas, y siempre hay un político que apela a la «normalidad», esa entelequia tan peligrosa. Qué inútil todo este despotorre.
Jueves Amnistía
Penosa la gestación, el origen y el desenlace de esto de la amnistía. Ya está. Retorcida la legalidad (ya veremos si más allá o más acá de la raya) para acomodar las cosas a que un presidente consiguiera los votos necesarios. En fin, ya demasiado está dicho de todo esto. Pero no me deja de producir un escándalo suplementario la reacción de Puigdemont inmediatamente después de conseguir su libertad. Otro ultimátum, otro «o Sánchez o yo». ¿Y si al final, en fin, toda esta película innoble ha sido para absolutamente nada?
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