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Esta semana, entre que había que regresar al añorado hogar, y la efeméride, se ha tarareado mucho el 80 aniversario del estreno de la película El mago de Oz en Estados Unidos, en agosto de 1939. Dorothy andaría hoy por los ochenta años y ... pasearía -o tendría quien lo hiciera- al enésimo descendiente de Totó por las extrañas sendas de Beverly Hills, o de Hyde Park, porque acabó en Londres. En España, su estreno fue uno de los muchos demorados por problemas de distribución (cuando no de censura) derivados de las guerras, la segunda mundial y la nuestra. Una pinza que convirtió en mito y en leyenda aquello que no se podía ver, que no llegaba aquí. Era cine ansiado y fantaseado. La palma se la llevaría Lo que viento se llevó, del mismo año y director (le birló el Oscar a la mejor película a El mago de Oz), con once años de retraso. Hubo espectadores españoles que se pasaron más de una década de su vida preguntado a porteros y taquilleras de los cines «¿Cuándo va a llegar la de Lo que viento se llevó?». Pero al sanedrín de la censura no le parecía ni medio bien que Scarlata O'Hara pusiera cara de satisfacción y relajo, y se estirara desahogadamente, a la mañana siguiente de consumar con Rhett. Y por eso fue. Cuando en agosto de 1939, El mago de Oz se preestrenaba en localidades perdidas de América próximas en ubicación a la Kansas City Kansas de la película, público provincial, rural, el duro, en el Medio Oeste, Appletone, Cape Cod, Kenosha, Oconomovoc, Recine, Shahoygan, por donde había pasado la terrible 'Cuenca del polvo', una plaga desertización, de la que película, claro, sueña con salir al campo abierto un de glorioso technicolor, en España hacía sólo un mes que había pasado el caballo de Atila y se habían desatado las peores brujas. El bosque estaba peligrosísimo. Ni en pintura se hubiera podio llevar a cabo una expedición como la de Dorothy y Compañía. Ni siquiera a un cine a verla en pantalla. Porque El mago de Oz se estrenaría aquí ¡seis años después!, en 1945. En Madrid, en el Cine Coliseum y en Logroño, en Alhambra. La literatura de su programa de mano logroñés la anunciaba así: «Hadas, enanitos, brujas y magos, toda la ilusión de un maravilloso cuento hecho realidad». Sin embargo era muy al revés, y la novela, cuando la publicó Frank Baum en 1900, era dura realidad convertida en cuento. Suele pasar. Pero el origen e intención veladas de El maravilloso mundo de Oz, según Baum, es un asunto muy poco conocido y, desde luego, eclipsado por la estela de colores del arco iris, el repertorio de las canciones y el romanticismo que le imprimió el cine. Aquella novela fabulaba, bajo especie fabulesca, terrores socio-económicos recientes y reiterados: aún hoy reiterados. El camino embaldosado de la pobreza de la gente del común, y el presentimiento de que al final del camino, no hay nadie que vaya a solucionar los problemas reales ni adquirir responsabilidades. Que no hay nadie, ni en Oz, ni el G7 de Biarritz. O peor: Trump, Johnson. Están a los mandos de la nave. Baum había escrito en su Oz original, en 1900, una parábola satírica y económica sobre la situación monetaria que se había creado al final de la Guerra de Secesión, en 1865, una situación que, deflación mediante, había desembocado en 1896 en la doble moneda, como la división política. La de oro y la de plata. El camino de baldosas amarillas aludía a la emisión de monedas de oro y la plata de los chapines de Dorothy (sólo en la película fueron rojos, para lucir technicolor) la 'moneda libre de plata'. Y de ahí, la secuencia de correspondencias, casi viene sola: Dorothy significaba para Baum el sector agrícola y rural que había sufrido la deflación. El espantapájaros sin cerebro significaba los granjeros arruinados, sin ánimo, de brazos caídos; el hombre de hojalata el trabajador, el worker industrial, deshumanizado por las condiciones de trabajo en las fábricas y el león cobarde era el eterno candidato demócrata William Jennings Bryan, partidario de la plata y de no querer entrar -de ahí la acusación de cobardía- en la guerra contra España en Cuba. Hay para todos: la bruja del Este representaba a las instituciones financieras del Este; o sea, Wall Street y la del Oeste a las catástrofes climáticas (tornados incluidos) que en la década de 1890 habían desolado, por ejemplo, Kansas. En cuanto al mago, era una replica de cualquiera de los presidentes que vinieron tras la Guerra de Secesión. Y aún, podríamos decir, algunos de la actualidad. La película intentó hacer el transito -de diez años- entre las grisuras del 29 y el color el cine. Era agosto de 1939. Faltaba sólo un mes para el inicio de la Segunda Mundial. En un Oz terrible se estaban empezando a mover palancas.
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