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El Gobierno ha decretado las temperaturas y las iluminaciones. Como si estuviera redactando una nueva versión del Génesis, viene a decir más o menos la derecha escandalizada por la intromisión y por ese gobernar a golpe de decreto ley, como si el dedo de Pedro ... Sánchez fuese el dedo del Hacedor Máximo. Ignorando tales críticos que el dedo no es de Sánchez sino de Ursula von der Leyen y que media Europa, la más civilizada, ya tiene regulados los termostatos y las bombillas. Que el Gobierno español no ha negociado suficientemente el asunto y que no ha tenido en cuenta muchos flecos está muy claro, pero de ahí al motín de Ayuso hay un trecho. Un trecho tan grande como el que separa al que cumple la ley del delincuente.
«Madrid no se apaga» es el lema reconducido de aquel «Madrid no se rinde» con el que el Gobierno de la República se defendía del acoso de los facciosos hace ya casi un siglo, durante la Guerra Civil. «Mejor morir iluminados que vivir a oscuras», podría enunciar la entusiasta Isabel Díaz Ayuso, que es una especie de Pasionaria del revés, pero con la misma inclinación para componer rimbombantes lemas. Durante un tramo de la pandemia fueron las terrazas el icono de la libertad, la cerveza la savia que alimentaba la antorcha de los que rompían el yugo y las cadenas del llamado gobierno socialcomunista. Recogiendo el voto descontento, el de los rebeldes y el de los negacionistas, el de los ácratas de derecha y el de los desengañados de un PSOE capitaneado por Pedro Sánchez, el usurpador de las libertades.
Peligroso juego el de Ayuso por mucha renta personal que le otorgue. Coquetear con la idea de que el Gobierno es pseudodemocrático y con la desobediencia ante el poder legítimo no trae nada bueno para la ciudadanía, por mucho que a ella la siga elevando a los altares de la derecha más ultramontana. Ni siquiera es beneficiosa su postura para un PP que quiere marcar distancias con el ensimismado partido de Pablo Casado. El modelo de Núñez Feijóo y Moreno Bonilla contrasta con el de esta heroína de las terrazas que doblegó, plegó y echó al contenedor de los vidrios rotos de la política al anterior presidente de los populares. Casado estaba tocado y Ayuso lo hundió. Nada de aquello le valdrá con Feijóo. Toca convivir y para ello mucho mejor hacerlo sin las bengalas y tracas de la presidenta de Madrid. No hay oscuridad más densa que la que sucede al fulgor de los fuegos artificiales. Escasean los cubitos de hielo, pero habría que aprovechar una última remesa para poner en la frente de Ayuso una compresa helada que le baje la temperatura. Esa pertinaz fiebre del oro electoralista que padece.
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