Hay más días internacionales que longanizas. Hoy, sin ir más lejos, es el Día Internacional de la Oscilación, y se celebra con el objetivo de que todos tengamos una idea más clara de este fenómeno físico. Loable intención, pero una ya sabe todo o casi ... todo lo que tiene que saber acerca la oscilación, de la física y de la psíquica, que para eso hay muchos que venimos oscilantes y titubeantes de serie.

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Oscila mi peso, dos kilos menos los viernes, dos kilos más los lunes. Oscila mi paso cuando me pongo tacones y camino, temblorosa, como una garza borracha. Oscila mi cuerpo a la hora de saludar: al dudar entre chocar el codo o recuperar el abrazo, termino haciendo algo parecido a una kata de karate. Oscila mi pensamiento de una tontería a otra, como la novia que va de mesa en mesa el día de su boda. Oscila mi cabeza entre el deber y el placer, entre pedirme un agua o una cerveza, entre leer un rato más en la cama o levantarme y sentarme delante del ordenador, entre ver una película escapista o un drama rumano que me encoja el estómago. Oscila mi corazón entre el miedo y la audacia.

También oscila mi escritura: he dudado entre utilizar o no al volcán de La Palma como metáfora, que no hay columnista que se precie que no esté llenando folios asimilando la erupción con cualquier sucedido y usando el término 'piroclastos' a discreción. Pero cómo sustraerse a lo facilón y no comparar esa presencia peligrosa y latente, dormida durante años y que ahora despierta, con los tipos envalentonados que atraviesan Chueca soltando lava por la boca. Con el volcán por un lado y los neandertales, esa subespecie humana, por otro, hemos vuelto a la Prehistoria. Cada vez falta menos para que caiga el meteorito.

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