La decisión de Pablo Iglesias de abandonar la vicepresidencia segunda del Gobierno de coalición para presentarse a las elecciones autonómicas del próximo 4 de mayo en Madrid es el tercer episodio de los efectos causados por las mociones de censura que todavía laten en Murcia. ... España necesitaba afrontar 2021 con la máxima estabilidad institucional y el mayor sosiego político para doblegar el COVID mediante la vacunación y dar inicio a la recuperación económica y social con una gestión rigurosa de los fondos europeos. Pero los intereses partidarios y las aspiraciones de distintos responsables políticos tienden a prevalecer sobre las necesidades comunes, incluso en una situación tan excepcional como ésta. La liza entre las distintas formaciones y las pugnas internas en ellas no conciben moratorias en su avidez por aprovecharse de cualquier oportunidad a la búsqueda de una victoria pírrica. Y cuando esos propósitos no se ven satisfechos, vuelven a intentarse otros golpes de efecto por pura obcecación.
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Por eso es necesario rebajar la grandeza y la sublimación con que se presentan las decisiones más inesperadas en medio de una crisis sanitaria y económica sin precedentes. Porque la política gusta de jactarse de la sorpresa como manifestación de poder aunque conduzca al desconcierto o a la nada. En los últimos días hemos asistido a una pretendida regeneración en Murcia a través de mociones de censura contra el PP en el Gobierno regional y en el Ayuntamiento de la capital, al ánimo plebiscitario de Isabel Díaz Ayuso identificándose nada menos que con la libertad de los madrileños y de los españoles, y al intento del PSOE de soslayar su responsabilidad mientras espera a ver si tres exdiputados de Vox se suman a la iniciativa. Ayer fue Pablo Iglesias quien se desprendió de la vicepresidencia del Gobierno para confrontarse, en su calidad de «antifascista», con la «extrema derecha». Cuando los españoles precisan concertarse, se hacen llamamientos a la polarización. Como si el triunfo de uno de los extremos fuese la solución a los problemas del país.
No hace falta incurrir en un juicio de intenciones para suponer que la decisión de Iglesias obedece más a su personalísima interpretación de las necesidades partidarias y de su liderazgo, a un impulso por recuperar espacios y protagonismos perdidos, que a las urgencias del país y a las de su progreso social.
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