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La «nueva realidad» post-pandemia es una oportunidad para el cambio responsable. El virus nos ha enfrentado a excesos previos, errores de distancia social y disritmias de vida; en palabras de la escritora Olga Tokarezuk: «Ha habido demasiado mundo. Demasiado, demasiado veloz, demasiado ruidoso». Deberíamos ... aprovecharlo para construir una nueva forma de afrontar la vida antes de lanzarse, como si nada hubiera pasado, a restablecer el turismo internacional, la industria y transporte aéreos, la agricultura y ganadería intensivas, el consumo ilimitado, el teletrabajo, la sanidad, la educación, etc. Todo puede verse afectado ante el desafío valorando, con responsabilidad y límites, qué es esencial para vivir.
Un aspecto a reconsiderar, tras el despliegue telemático impuesto por la crisis y la restricción de movilidad personal, es el poder digital. Aunque la tendencia de que esté cada vez más presente en nuestra vida (trabajo, educación, sanidad, etc.) sea imparable, hay que reequilibrar su poder porque incluso en lo deseable, como la utilidad o la libertad, hay límites que cuando se traspasan abonan el campo de la mala fe.
Durante la crisis, lo digital ha posibilitado la interacción social, el trabajo o la cultura, pero también ha alimentado el «solucionismo tecnológico» que podría llegar a controlar la libertad personal, si excede cierto límite. Por otra parte, las plataformas telemáticas son una autopista para desaprensivos que, aprovechando el simulacro de interacción humana que ofrecen, las utilizan para comunicar rupturas o para despidos masivos como han hecho empresas como Uber y otras, según han denunciado Forbes o The New York Times, sin la incomodidad de afrontar personalmente la desagradable noticia. Otro abuso telemático es transmitir impersonalmente la difamación, el odio o el rencor; en Francia, la Ley Avia impulsada contra el odio en línea, abre una ocasión para regularlo desde principios de julio, proponiendo que las plataformas y motores de búsqueda retiren en 24 horas las imágenes y contenidos de pornografía infantil, apología al terrorismo o contenido claramente indecente. Ojalá se consiga vencer la resistencia que, en pro de una mal entendida libertad de expresión, esgrimen algunos aprovechando la actual debilidad legislativa que solo beneficia a los gigantes de la Web con el ruido provocado desaprensivamente. De nuevo, es preciso establecer el límite para moderar la irresponsabilidad de las redes sociales, preservando la libertad de expresión.
Si no aprovechamos esta oportunidad de cambio en estos y otros aspectos vitales importantes, no habremos aprendido nada.
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