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De entre el aluvión de noticias de estos días me he quedado con una, esa en la que se comunicaba que en la zona de Puente Madre de Villamediana de Iregua se había dado a siete calles los nombres de siete mujeres, una de ellas ... cantautora, otra científica y cuatro escritoras. Es como para alegrarse por razones variadas, entre ellas por la muy significativa personalidad de cada una de ellas, lo cual ha dado lugar a la profunda huella que han dejado en las sociedades donde han intervenido.
Dejemos a un lado la cantidad de ramilletes de féminas que son susceptibles de figurar al frente de nuestras calles, plazas, parques, distintos lugares urbanos, y pasemos a reflexionar lo mucho que nos queda por avanzar en este campo de las denominaciones. La realidad es que muchas ocasiones tenemos y tendremos en esta comunidad como para acordarnos de mujeres que merecen ser mostradas al público de las localidades a las que sirvieron y en las que contribuyeron a dar lustre a la más auténtica historia, la de la calle.
Pienso en estos momentos no solo en las que merecen esta sencilla distinción en vida sino en las muchas cuyas obras duermen modesta y emocionadamente en nuestros ricos archivos, olvidados a veces a la manera de la célebre y posromántica arpa de Bécquer. Hace ya lejanos meses escribía un servidor algo sobre esto mismo al haber recibido un encargo de un grupo de chicas artistas que deseaban hacer una exposición pictórica acerca de mujeres que hubieran existido en mi pueblo y merecieran ser recordadas por diferentes actitudes y oficios. Dediqué al empeño tres meses en la documentación municipal y parroquial y me quedé con más de cinco decenas de damas, ninguna de las cuales fue princesa, ni tan siquiera noble electa como para servir de pasajera bandera en unas elecciones. Los libros de cuentas municipales y la sección de instancias, por citar solo dos ejemplos, arrojaban los nombres y apellidos de docenas y docenas de señoras y señoritas que desempeñaron toda clase de oficios. La documentación, de una u otra manera, acababa reflejando que, aunque frecuentemente figuraba el marido, ellas llevaban las riendas de los negocios: garapiteras o encargadas de vender el vino de la ciudad, panaderas municipales, boticarias, alfareras, mesoneras, parteras, maestras, hospitaleras, encargadas de la pescadería municipal y de la alhóndiga, molineras, carniceras municipales, proveedoras del zurracapote de fiestas, modistas de la comparsa de gigantes y no sé cuántos etcéteras que abrazaban todos los aspectos de la vida diaria.
¿Creen ustedes que sería interesante y uno de los modestos deberes de nuestra sociedad riojana sacar del olvido, de nuestros archivos, a tantas mujeres para que figuren de alguna manera, bien en publicaciones, bien en alguna bella placa en sus pueblos, villas y ciudades? ¿Sería posible que incluso en nuestras escuelas y colegios los magníficos maestros, nuestros estupendos profesores hablaran de ellas y de su hermosa contribución para ejemplo de esta sociedad tan parlanchina? Sí, seguro estoy de que ello es posible.
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