Oleg

Oleg Anatólievch Salenko lleva en sus venas el laberinto de sangres y parentescos que hace todavía más dolorosa esa guerra: nacido en San Petersburgo de madre rusa y padre ucraniano, jugó con las selecciones de ambos países y cuando se retiró decidió instalarse definitivamente en Ucrania. Salenko, mito mundial con sus cinco goles a Camerún, charla con un periodista desde un bar de Kiev frente a una jarra de cerveza y relata los estragos de las bombas o la visión de los chavales mutilados. A veces juega algún partido con veteranos del Dinamo ante soldados que combaten en el frente para intentar animarlos: «Llegamos, charlamos con ellos, hay veces que es complicado hablar, jugamos».

Una de sus mejores anécdotas la recoge el periodista Javier Caballero en su blog. En el descanso de un partido decisivo en Oviedo, Eguizábal llamó por teléfono y pidió que se pusiera Salenko: «Dos goles, quiero dos goles. Los vas a meter, eres el mejor del mundo y lo vas a demostrar». En la segunda parte Salenko por supuesto los metió.

Hay una condición difícil que es la de ser exfutbolista, especialmente para los de aquellos años del barro antes de las millonadas televisivas y el Caso Bosman, y Salenko encarna también esa figura desarbolada. Hace años, asediado por las deudas, casi vende su trofeo de Bota de Oro del Mundial 94 a un jeque de Emiratos Árabes; eso refleja muy bien cómo funciona hoy en día este bendito deporte. Ahora busca medicamentos para los hospitales de Kiev, pero antes fue una leyenda en el Club Deportivo Logroñés y uno de mis favoritos junto a Polster, Rubén 'Polillita' Da Silva y Abadía, ídolos de mi fútbol luminoso de la nostalgia en el que nunca hace frío por la grada de general.