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Sabemos que en la vida hay muchos contrasentidos, pero generalmente son explicables y la razón llega a entender por qué puede tener sentido una idea ... y tenerlo también la contraria; sin embargo, cuando entramos en las decisiones políticas, ya empieza a torcerse el raciocinio y nos movemos en el terreno pantanoso de lo inexplicable.
Si hay algo que me resulta totalmente increíble y mis neuronas no dan para entenderlo es el recurrente tema de la ocupación de pisos. Sí, ya sé que la Constitución dice que todo español tiene derecho a la vivienda –también tiene derecho al trabajo, a la seguridad a...–, pero entiendo que tiene derecho a comprarla, a alquilarla o, en el peor de los casos, a que el Estado le proporcione una, pero en ningún caso puede tener derecho a arrebatarle la suya a otro propietario, que la ha conseguido con el sudor de su frente. ¿Alguien puede entender el actual disparate que se produce con la ocupación de un piso? Si es así, por favor, que me lo explique.
Pongamos el caso común de un señor que, trabajando y ahorrando quince o veinte años, ha conseguido comprarse una segunda vivienda, bien para su disfrute vacacional, para completar con su alquiler una escasa jubilación o para dejarla en herencia a sus hijos, y, de repente, alguien se la ocupa. Lo sensato sería que la policía, al comprobar la ocupación, la desalojase el mismo día; pero no, el propietario tiene que ir al juez, pagar a abogados, esperar años a que la desalojen y gastarse un dineral en arreglar los desperfectos. Ellos han cambiado tu cerradura y no pasa nada, pero si tú la vuelves a cambiar cuando ellos no estén en tu vivienda se te puede caer el pelo por coacciones. ¿Alguien entiende este mundo al revés? Y parece que estás obligado a pagarles la luz y el gas porque, si no, también son coacciones. ¿Tiene esto algún sentido? A ver si alguien, de los partidos que defienden o permiten las ocupaciones, me lo puede explicar.
Lo más absurdo es que políticos que no se preocupan de construir las viviendas sociales necesarias para casos de necesidad, estén obligando, de hecho, a que los ciudadanos particulares paguen de su bolsillo su mala política en vivienda.
Podemos pensar que los políticos que permiten la ocupación de viviendas están en contra de la propiedad privada, pero solo de la propiedad privada de los demás. Es muy bonito defender la ocupación desde la comodidad de la propia mansión. También en la URSS defendían la abolición de la propiedad privada, pero los capitostes del partido único vivían felices en sus lujosas dachas. Como aquí. Esto me recuerda aquello que se decía en los tiempos de la Segunda República, añorados por algunos, aunque parezca mentira: «Entre lo que tengo y lo que me toque, al repartir, a vivir como un maharajá».
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