La calle Aragón de Barcelona inundada de octavillas y demás propaganda partidista. Ésa es una de las imágenes que más me impactaron en las primeras campañas electorales que vivió la España democrática. Era tal el volumen de pequeños papeles desparramados sobre el asfalto, los unos ... sobre otros, los otros sobre los unos, que cuando los coches rodaban sobre su ancha calzada levantaban una etérea cortina multicolor que revoloteaba en el aire.
Cuatro décadas más tarde, las octavillas parecen una especie a extinguir, reemplazadas por las tan eficaces redes sociales –WhatsApp, Twitter, Instagram...–, excepto cuando son repartidas por la mano de los propios candidatos, durante los impostados paseos que realizan por calles, comercios o mercados de cualquier pueblo, de cualquier ciudad. Es el progreso, amigo.
Ocurre, sin embargo, que «la máquina ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón», como escribió Miguel Delibes.
Las nuevas tecnologías, la mercadotecnia, las redes sociales, el culto por la imagen, están convirtiendo la política en espectáculo virtual, cada vez más alejado de los verdaderos intereses de la ciudadanía.
Pero lo que me provoca mayor rechazo de la actual política son los denominados argumentarios, que los partidos manejan cada vez con mayor proporción y soltura.
Según la RAE, argumentario es el conjunto de los argumentos destinados principalmente a defender una opinión política determinada. Dicho de otra manera, es una herramienta muy sutil y sibilina de defender una idea, un proyecto, una metedura de pata, sin que el mandatario o dirigente de turno tenga que esforzarse lo más mínimo en reflexionar sobre lo que habla y, lo que es más útil para su formación, no pueda meter la pata.
Escribió Marx que «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Pero no fue Karl Marx, fue Groucho Marx.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.