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Desconozco cuál es el mecanismo interno de los partidos políticos. No sé si se fijan las estrategias en comités de sabios, si las marcan los líderes o si hay cabezas en la sombra que estipulan las líneas rojas. Ni lo sé ni me importa. Pero ... sí que me gustaría saber cómo gestionan a priori los temas escabrosos. Todos los partidos tienen sus conflictos ideológicos. Es normal y además saludable que no exista una uniformidad de pensamiento entre los correligionarios de una misma tendencia política.
Sin embargo, lo que no es tan comprensible es que los candidatos sigan enfangándose sin remedio cada vez que se les pregunta por uno de esos temas 'calientes'. La semana pasada fue Adolfo Suárez Illana, el lustroso número 2 del Partido Popular por Madrid, quien saltó a chapotear en el charco para pronunciar una sarta de sandeces acerca del aborto y los neandertales sobre las que tuvo que desdecirse horas después.
No le fue a la zaga Miquel Iceta (ese gran 'metepatas' socialista) cuando, guiñando un ojo al separatismo, declaró que habría que valorar la independencia de Cataluña si ésta alcanzaba un respaldo significativo. Sic.
De bruces también se caen los líderes morados cuando hablan del derecho a la vivienda y demás soflamas antibancarias desde su flamante chalé de Galapagar.
El único que no evita polémicas sino que se sumerge en ellas conscientemente es Santiago Abascal. El líder de Vox sabe que ha de distinguirse del resto como sea. Incluso a costa de propuestas de 'iluminado', como defender que haya armas en las viviendas. Y de momento, está consiguiendo la repercusión mediática y social que busca. Aunque sea saltando de cabeza no a charcos, sino a océanos.
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