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La humillante salida de Sara Alba del Consejo de Gobierno es el último episodio de un rosario de ceses de altos cargos en dos años largos del primer Ejecutivo regional que preside Concha Andreu. Se iguala a la cascada de abandonos del Gobierno andaluz, pero ... a diferencia de este, en el que el grueso de las renuncias se produjo en las carteras en manos de Ciudadanos, en el Gobierno de La Rioja, precisamente la que permanece impasible, dedicada a sus arduas labores, es Raquel Romero, y la inestabilidad se ha originado, con excepción del fiel consejero de Hacienda, en los cuadros de mando de las consejerías con apellido socialista.
Pandemia al margen, la gestión de Alba ha estado en el punto de mira no solo de la oposición, sino de la propia presidenta, que le ha dado el finiquito por falta de confianza en su trabajo, lo más espantoso que se le puede reprochar a cualquier empleado. Y eso que la aún consejera poco o nada tuvo que ver con el frustrado plan de desmantelamiento de la sanidad rural o con la polémica asistencia al líder del Frente Polisario en el Hospital San Pedro.
Alba estaba destituida desde hace meses y solo ella misma y Andreu sabrán las razones. Pero la frialdad de la despedida (el gélido comunicado que hizo llegar el PSOE a este periódico era tremendo) dio alguna pista, y esa pérdida de confianza en su gestión con la que se ha justificado el cese bien podría entenderse como el desquite de la presidenta a una falta de lealtad que considera imperdonable.
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