Obtenga el sí

Gustos literarios aparte, lo que nos une en ese momento es la preocupación por los nuestros: él cuida de su hermano, yo cuido del mío. Tímidamente, como en una primera cita, nos contamos un poco la vida y sus circunstancias: pues ya ves, un accidente, y dando gracias, que podría haber sido peor; pues lo suyo es un tema de espalda un tanto delicado, pero parece que la operación ha salido bien. La entrada de la enfermera interrumpe la conversación. Le pregunta a mi hermano cómo se siente, si tiene dolor; le revisa el drenaje, le ajusta el gotero, le toma la tensión. Legos en la materia como somos, y un tanto asustadizos, que también, asistimos en silencio a la coreografía de sus manos entre tubos y cables, esperando a que nos diga la frase que aplaca los miedos, y los nervios, y esa sensación de indefensión que te invade cuando estás tumbado en una cama de hospital con un camisón que te deja el culo al aire y que iguala a ministros del ramo y a parados de larga duración, a estrellas del rock y a cantantes de karaoke, a deportistas de élite y a sedentarios de sofá. «Todo va estupendamente», nos dice. Respiramos, aliviados.

A las pocas horas, pasa el médico. Examina al otro paciente y le da el alta. Mientras nos deseamos una pronta recuperación, el hermano vacía el armario, guarda unos papeles en su mochila y recoge lo que hay sobre la mesita: el vaso, el agua, el envoltorio de la magdalena, el libro. Ellos ya han obtenido el mejor sí posible.