La invasión de Ucrania por el Gobierno ruso y el devenir posterior de los acontecimentos retrotrae al mundo a un agresión bélica que en Europa no tiene parangón desde las décadas de las contiendas mundiales y la Guerra Fría. Todo, con las armas tecnificadas de ... la geopolítica del siglo XXI. El contexto resulta tan dramáticamente excepcional, tan perturbador para los europeos acostumbrados a vivir en la paz, la libertad y el progreso, que no hay estado en el acogedor seno de la UE que pueda desentenderse del brutal ataque del régimen de Vladímir Putin contra el pueblo ucraniano. No pueden hacerlo los gobiernos concernidos e interpelados, pero tampoco las sociedades democráticas. El 'No a la guerra' constituye un clamor irrenunciable que concita, sin lugar a dudas, a la inmensa mayoría de los españoles en un deseo y una aspiración que solo pueden compatirse. Pero ese anhelo no puede parapetarse ya a estas alturas tras la ingenuidad de un pacifismo que eluda la responsabilidad histórica en defensa no únicamente de la integridad soberana de Ucrania, sino de los principios y valores más elementales de la convivencia democrática de los europeos. El desafío lanzado por Putin es de tal calibre que llama a la cohesión en torno a una respuesta de Estado identificable, que cobije el desasosiego que invade en estas horas críticas a la ciudadanía.
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Ello obliga al Gobierno, con los dos socios que lo integran, y al conjunto de la oposición a conducirse con la altura de miras y el compromiso con el bien común que apenas exhibieron en los compases iniciales de la pandemia. El presidente Sánchez y las dos almas tácticas de Unidas Podemos –las encarnadas por Yolanda Díaz y Ione Belarra– deben renunciar a convertir esta guerra, por legítimas que sean sus discrepancias sobre cómo gestionarlas, en otro motivo de una pugna transformada en hábito. Porque resulta desolador y un punto vergonzante el modo en que el Ejecutivo reproduce sus disputas, con Sánchez conminando ayer a la estabilidad tras días orillando las diferencias, como si la invasión ucraniana y sus consecuencias políticas, sociales y económicas no se erigieran en un reto muy por encima de los intereses partidarios y particulares. Una apelación a la consciencia que ha de extenderse al PP de Alberto Núñez Feijóo, cuyas cuitas internas y su situación de interinidad en el mando no le eximen de hacerse cargo de la entereza que exige este momento crítico del líder de la oposición.
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