Nunca es tarde

La película aborda una situación desesperada y dramática para dos señoras, Chela (Ana Brun) y Martina (Margarita Irún), que han mantenido su relación de manera escondida y varada entre las diversas dependencias de su casa. Hace tiempo recibieron una cuantiosa herencia, pero el dinero lo malgastaron. Ahora, deambulan por las sombras de las habitaciones, ponen a la venta algunas pertenencias con carga nostálgica y tratan de sobrevivir. Pero Martina, a causa de sus deudas y trapicheos, entra en la cárcel y Chela, siempre dependiente, tiene que reasignarse y partir de cero.

Cine intimista, triste y desolador. En su narración y en su apagada estética, llena de zonas sombrías, se aprecia dominio de la puesta en escena, muy sobria para tratarse del cometido de un primerizo, una sensible dirección de actrices y una mortecina comunión entre las oscuras estancias y el desasosiego de las mujeres. La decrepitud, el paso del tiempo y las devastadoras consecuencias de la decadencia se dejan ver y sentir.

Pero el paso por la prisión de Martina no es más que un acicate para Chela en la reinvención de su persona. Asume su papel de escudera, comienza a ejercer de taxista y de mujer de compañía. Su corazón, febril todavía, repunta al conocer a una amiga, 20 años más joven, con la que dialoga, también su cuerpo, y descubre una ventana para la esperanza.