Yo era en aquel entonces una preadolescente. Una prepúber de las de antes, con restos de la Nancy entre las uñas, algunos deberes del colegio y poco más, en aquella época que hoy parece tan remota donde no había Tik Tok, en la que no ... reinaban 'youtubers' ni 'influencers'. Sí, ese tiempo que hoy se antoja pretérito existió, y no hace tanto.

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Aquel día, a aquella hora, acababa de llegar a casa de una amiga. Habíamos quedado para jugar, cómo no. Eran aquellos años en que los niños tenían tiempo para jugar. «Vete para casa, que está pasando algo muy gordo», me prescribió su madre.

No le di gran importancia. Tampoco al hecho de que mis padres estuvieran pegados a la televisión y a la radio toda la noche. Yo dormí a pierna suelta.

Recuerdo, eso sí, ver el mensaje del rey. Me pareció desencajado, pero contundente y convincente. A mí, que apenas pensaba más allá de que me habían amargado una tarde de juego, me dio a entender que los buenos iban a ganar. Así que lo dicho, dormí como un bebé.

Recuerdo, también, que con los años, en un viaje de estudios, visité el Congreso. Allí estaban, se mostraban como parte del recorrido, los tiros contra la democracia. Y revisité, al igual que días pasados, el 23F.

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Hace ya más de treinta años que tengo veinte años. Y hoy no es un día redondo. No es el 23F cuarenta años después.

Pero no me importa.

Nunca es tarde para dar las gracias a todos aquellos que entonces y desde entonces lucharon y luchan por que yo hoy viva en democracia.

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