El 40º congreso de los socialistas mostró la máxima unidad imaginable entre los mil delegados reunidos en Valencia en torno al liderazgo de Pedro Sánchez. Los órganos directivos del partido fueron elegidos con el apoyo prácticamente unánime de los presentes, y el desarrollo de las ... sesiones ofreció un clima de sintonía que nunca antes se había visto en un cónclave socialista. Un triunfo de su secretario general y presidente del Gobierno, que tras ser causante y víctima de la división interna ha logrado integrar al conjunto de la formación. Las críticas y el escepticismo que suscitaba su figura han ido desapareciendo a la vez que unía su destino al de todo el socialismo. De prescindir de los dirigentes territoriales en pos de una relación directa con las bases, Sánchez ha pasado estos días a hacer suya la mejor herencia del PSOE, acallando resquemores y reservas que volvieron a aflorar con su última remodelación de gobierno. Claro que el congreso renunció deliberadamente al debate –reclamado por Felipe González– para depositar toda la confianza en el Gobierno de Sánchez. El secretario general dedicó su discurso de clausura a reivindicar la naturaleza socialdemócrata del PSOE, en un momento dulce para esa corriente en otros países de la Unión. Lo hizo identificando las políticas aplicadas frente a la crisis financiera de 2008 con el neoliberalismo, y las adoptadas frente a la pandemia con el socialismo. Una interpretación reduccionista de lo ocurrido en España y en Europa en la última década larga. Cuando es imposible hacer frente a los desafíos del momento en la creencia de que basta con trazar una clara divisoria entre socialdemocracia y neoliberalismo. Como si la crisis energética, la inflación, la recuperación y el uso de los fondos europeos, el horizonte tributario, la política presupuestaria o la financiación autonómica contasen con un manual ideológico infalible de los socialistas frente a los defensores del libre mercado.
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Sánchez ha logrado entretejer una comisión ejecutiva a su medida que cuenta con el plácet general; pero cuya capacidad para definir la política de los próximos años se reduce –como ocurre en todos los partidos– ante la complejidad de problemas que solo pueden solventarse desde el Gobierno. Además, al rebajar la edad media de su composición a 47 años, los socialistas incurren en el 'edadismo' hacia el que se inclinan también las demás formaciones, al tiempo que invitan a los ciudadanos a prolongar su vida laboral.
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