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Sesudos analistas de la actualidad aseguran que «de toda crisis surge una oportunidad», pero el sabio refranero lo viene expresando desde hace siglos con su «no hay mal que por bien no venga». Otro concepto moderno, la resiliencia o «capacidad de adaptación de un ser ... vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos», también lo hemos conocido siempre como superación, resumida en el dicho popular «de todo se sale». Animados porque «no hay mal que dure cien años (ni cuerpo que lo resista)» y confortados ante la certeza de que, pasado ese plazo, «todos calvos», los humanos hemos padecido a nivel personal desgracias, pérdidas, fracasos y sinsabores, y a nivel colectivo hambrunas, opresiones, epidemias, guerras, catástrofes y demás calamidades, naturales o provocadas, de las que individuos y sociedades solemos salir reforzados.
La epidemia causada por el virus SARS-Covid-2 está causando mucho sufrimiento físico y psíquico y una grave recesión económica, pero sin olvidar esta dolorosa evidencia, el COVID-19 también tiene su lado, no digamos bueno, pero sí positivo, que justo es reconocer. Me refiero a mejoras tan beneficiosas como la ganancia de espacio callejero para el peatón en perjuicio del coche, la prohibición de fumar, ¡al fin!, donde otros puedan aspirar humo nocivo, o el cese del embrutecimiento futbolero, el apiñamiento multitudinario, el maltrato a bóvidos como espectáculo, el ruido en general y los estruendos festivo-verbeneros nocturnos en particular, y el cierre temprano del «ocio nocturno», la actuación contundente contra el alcoholismo juvenil en manada y demás mejoras sociales que ya eran necesarias antes pero que solo se han producido forzados por la pandemia.
Otros efectos menos visibles pero de más calado, obrados por el virus en nuestra sociedad, son, en primer lugar, la cura de humildad que la madre Naturaleza, a la que creíamos dominada, nos está procurando. Pues los microorganismos, como los seísmos, las erupciones, los huracanes, las inundaciones o las sequías, también forman parte de ella. Otra amarga enseñanza es que el nefasto Estado de las Autonomías, además del caótico e inmenso despropósito ya conocido, perjudica gravemente la salud pública. Y el COVID-19, en fin, está evidenciando que en la nueva normalidad española ya no hay dos bloques sociales que enfrenten a derechas e izquierdas, progres contra carcas, nacionalistas centrales contra periféricos o republicanos contra monárquicos, sino a ciudadanos sensatos, responsables y empáticos contra tarados inmaduros, insensibles a que los demás puedan infectarse, enfermar, arruinarse y hasta morir por su estúpido comportamiento. Son los menos, sí, pero, como todos los gilipollas de primer nivel, muy dañinos.
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