La comunicación del Gobierno de Irán a la ONU sobre su decisión de enriquecer uranio al 25% en la planta de Fordow constituye un gesto de afirmación nacional ante el aniversario de la muerte del general comandante de la Fuerza Quds a manos de Estados Unidos, Qasem Soleimaní, y tras el reciente asesinato del científico responsable de sus planes nucleares, Mohsen Fajrizade. Al tiempo que trata de situar al nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, ante la aparente necesidad de comenzar desde cero las negociaciones con Teherán para restablecer el pacto nuclear. Aunque el temor de Washington a una posible represalia iraní contra las fuerzas de su despliegue en Oriente Medio, que ha llevado a la retirada del portaviones Nimitz de aquellas aguas, apuntaría a una situación más grave. El régimen de Teherán no tiene más remedio que pasar página de lo ocurrido, en la confianza de que los países con intereses en la región desistan de acabar con él, más allá del apoyo a una oposición de todo signo, de la denuncia de la amenaza nuclear iraní, y de la constante crítica al fundamentalismo chií del sistema. Los EEUU de Donald Trump deben contenerse hasta el 20 de enero, cuando Joe Biden acceda a la Casa Blanca.
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