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Casi todos estamos aceptando sin rechistar ese término surgido de la nada que define el inmediato porvenir como 'nueva normalidad'. De hecho, todos los días del año estrenamos una normalidad distinta a la anterior. La pregunta que todos nos hacemos es en qué va a ... consistir esa normalidad nueva que estamos empezando a estrenar. Parece fuera de dudas que nuestras vidas van a cambiar, o nos las harán cambiar las circunstancias. Como muestra, para empezar, salimos a la calle con preocupación, incluso miedo. Cuesta entablar conversación con otras personas. También hay resistencia a acercarse a conocidos. Las relaciones sociales se vuelven menos afectivas. Nos pasamos el día lavándonos las manos o inquietos por no haberlas lavado en determinado momento. Las reglas impuestas a la convivencia son más rígidas e incómodas. Han vuelto las colas.
Es de esperar que estos detalles se vayan superando. La duda más importante, y me atrevería a decir que más trascendente, no está en la actitud de las personas sino en la reacción de la sociedad en general ante la situación preocupante que empieza a observarse. Hay dos posibilidades contradictorias. Una es la abulia colectiva que genere la depresión sufrida. Es decir, que el colectivo social optemos por encogernos de hombros, esperar a que las cosas se resuelvan solas o que el Gobierno y la UE se encarguen. Sería, sin duda, la prolongación del desastre si continúa la actitud de los grupos políticos en su empeño por crear frustración, desconfianza y división en una sociedad tan desilusionada. La otra será justamente la contraria: que la sociedad reaccione con deseos de verdad de emprender una normalidad nueva, mejor que la pasada, con ganas de salir adelante, superar los problemas y emprender una etapa de buena convivencia y prosperidad. Es perfectamente posible y quiero creer que probable: la sociedad española ya demostró que puede hacerlo e incluso tiene experiencia de otras situaciones tan difíciles. No es necesario remontarse a los años de la transición, con todos los elementos en contra.
Conseguirlo dependerá de todos, empezando por los políticos que demuestren capacidad de entusiasmar. Primero han de ganarse la credibilidad de la que ahora carecen y luego demostrar que, cada cual con sus ideas, les une el propósito del bien colectivo, de libertad, democracia y prosperidad con el que todos podemos disfrutar. Vencer el pesimismo crónico que algunos propagan es el principal objetivo. Hay razones para convencerse y convencer a los demás de que es posible. Lo contrario será lo grave. Perder el tiempo en lamentaciones y disputas, a lo que somos tan proclives, ya sabemos a lo que conduce.
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