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Este jueves pasado, después de fregar los platos y almorzar algo de queso, escuché decir en la radio a una famosa comunicadora qué pesados se le habían hecho estos dos meses y cuánto la habían cambiado a ella. Sin embargo, yo estoy como el primer ... día; debe de ser porque, ya antes de la pandemia esta, pasaba todos las mañanas solo en un archivo y no salía por las tardes ni siquiera en las fiestas julianas ni septembrinas de mi pueblo. A veces iba a ensayar en un coro alguna bella canción que nos enseñaba la seño, preferentemente boleros, que son de mi preferencia. Quizá en mi pueblo se viva mejor que en las grandes capitales.
Ahora aprovecho el apetitoso paseo de por las mañanas para amorenarme; observo en la diaria compra del pan y de la prensa lo blanquitos que están chicos y chicas y sonrío con un aire indisimuladamente superior merced al bronceado que he ido adquiriendo en el balcón durante las frecuentes jornadas de sol que hemos podido disfrutar en la actual primavera. Ello me permitirá, sin duda, causar sensación entre mis amistades en los próximas fiestas bernabeas, sanfermineras y sanmateas.
La verdad es que a mí siempre me hubiera gustado haber vivido en Madrid, entre tanta gente y fragor; haber leído en los periódicos que sobrevivían ahí aún reyes entusiastas de exóticas cacerías, cuentas bancarias en su amado extranjero y copiosas aventuras extramatrimoniales (¿por qué han de importarles lo más mínimo esos detallitos a sus subditos?); haber divisado, aunque muy de lejos, qué pena, a personalidades tan seductoras como aquel ministro que se reunió –¿o no?, qué lío– con aquella vicepresidenta de Venezuela en ese aeropuerto, o a esta presidenta madrileña tan original, la de los varios departamentos de lujo en la crema de la urbe; qué embrollo. Cuánto mérito y cuántos meritorios.
Mas, ahora que lo pienso, me ha salido mejor lo de vivir aquí porque, de haber sido vecino de la villa del Museo del Prado, no hubiera pasado tan buenos ratos con Pedro Rábanos, Eduardo Gómez, Jesús Belaza, José Luis Llona y los demás de mi cuadrilla del Berceo; no hay comparanza. Y tampoco se me hubiera ocurrido componer el texto de esta jota ante los problemas del sector vitivinícola: «Dicen los hombres del vino/ que está aquí una nueva era; que esto del coronavirus/ va a ser otra filoxera». Suerte.
Nota. Ha quedado demostrado que la insensatez de los políticos españoles sumergida en la pandemia ha logrado que se haya experimentado un empuje vertical de ineficacia muy superior al positivo impulso que hubiera logrado una unidad mayor frente al coronavirus desalojado.
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