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Nueva Edad media

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OJO DE BUEY ·

Domingo, 27 de febrero 2022, 01:00

Al cabo de dos interminables inviernos, la peste quiróptera iba retrocediendo en el Continente, tanto en las regiones altas como en las bajas. Y en cada una de sus comarcas, sin excepción, igual en las lindes que en las ciudadelas, se vio rebajada la amenaza ... de la miasma fatídica que había infestado el orbe, sembrándolo de penuria y mortandad en todos sus confines, sin distinción de edades o dignidad. Los enfermos, a medida que sanaban con mayor rapidez, gracias a los remedios obrados por los alquimistas del Consejo de las Tierras, abandonaban por su propio pie las bastillas de cura donde desde la última estación se hallaban recogidos a criterio de los físicos naturales en evitación de contagios aun mayores, para retornar a sus aldeas y cabañas. Los burgomaestres habían autorizado en sus dominios la retirada de embozos de boca y nariz, el levantamiento del toque de queda antes del crepúsculo, penado hasta entonces con sanciones de hasta quince monarios, el desuso de untes y aceites destilados con bayas de ginebra para deterger manos, abolir la distancia de dos varas entre parientes y convecinos, conceder de nuevo hospedaje a forasteros, no requerir el salvoconducto de limpieza de humores y permitir que se coparan los asientos en corrales de comedias, iglesias, campos de lides y colmados. Por la misma, de los portones de sus murallas fue descolgada la proclama que advertía al caminante: 'HIC INCIPIT PESTIS'. Pero como si el vaticinio del abate Nonilo que predijera para estos tiempos una era de confusión y disturbio se cumpliera al dictado, la alegría de la curación de las gentes del común se vio muy pronto enturbiada por las noticias que llegaban desde algunos bastiones próximos a la Corte y que hablaban de querellas desatadas entre las principales baronías del Reino, enfrentadas entre sí, de forma secreta primero y luego descarada, por porfías entre sus principales caudillos a propósito del abuso de las arcas generales, por un lado, y del otro, en torno a la especie de ciertos testaferros o informadores que merodeaban. Todos, por lo que decía, interesados de parte. Y para mayor enfoscamiento del drama, algunos testigos de los acaecimientos propalaban algunas primicias sobre reuniones habidas en los salones principales que se habrían prolongado hasta altas horas de las madrugada en medio de ánimos encendidos y palabras altisonantes cuando no llantos, con cruce de acusaciones sobre la razón de los males que asolaban al claustro capitular y a la desventaja en que se veían sumidas las distintas casas frente a las facciones enemigas, provistas de seguidores; sobre las traiciones que una detrás de la otra se iban produciendo, sobre la agitación de mensajeros y finalmente sobre una cadena defenestraciones. Todo ello digno de recogerse en cordel o entregado a un bardo que lo subiera a las tablas, por si así pareciera más cierto. Pero por si esta desgracia se estimase escasa y hubiera de culminarse forzosamente la profecía de Nonilo en todas sus prescripciones, y no habiéndose aún acallado la querella entre las baronías, que tanta desazón causaba, el tirano de la Confederación Oriental invadió con nocturnidad y alevosía los pueblos de las fronteras limítrofes de forma temeraria y cruenta amenazando el fuero del Mundo Medio y provocando la conflagración entre las dos grandes armadas del siglo, con lo que la paz universal volvió a resentirse, dejando por pequeña cualquier querella doméstica o conocida. Y viéndose, en consecuencia, redivivos los espectros de las dos guerras del pasado; pero aun peor, pues estos se figuraban ahora armados con una artillería inédita en sus magnitudes y poder luciferino, de la que llegaban a las provincias y burgos bocetos al detalle de su ingeniería e inframundo. Y así, esta calamitosa hora de éxodo, movimiento de tropas y ruina de comercio entre naciones, vivida en todo el orbe implorando al cielo, y atentos al ir y venir de heraldos, consta inscrita en las Actas Generales del Cabildo Continental como año I del desasosiego en cadena».

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