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En el camino de vuelta, mientras adelantaba camiones por la autovía en un viaje del sur al norte, sonó un mensaje en el móvil: me avisaban de la muerte de la madre de un amigo. El texto, breve y aséptico, retumbó como el despertador un ... domingo de resaca, tocaba volver. Hasta entonces yo seguía guardando en la retina el perfil misterioso de ese islote del Atlántico en el que los fenicios levantaron un templo a su dios Melkart. Luego los romanos hicieron otro para Hércules, de quien incluso contaban que estaba allí enterrado. Pero eso fue hace muchos siglos, mucho tiempo antes de que a mí se me quedara grabada esa isla diminuta frente a las costas de Cádiz un verano de pandemia.

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