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No lo duden. Hay momentos en la vida en los que un día parece una eternidad y, al contrario, lo que parecía inmutable desaparece con un soplo de viento. En política ocurre con frecuencia. En veinticuatro horas todo puede cambiar radicalmente de color, cubriendo de ... negro el verde esperanza. Lo que ayer parecía imposible se hace realidad y lo probable resulta inalcanzable. Estas cosas tan sencillas, reiteradamente comprobadas por la experiencia, debieran tenerlas en cuenta nuestros líderes políticos, claro que la palabra líder hace tiempo que está sobrevalorada. En abril nadie hubiera creído que las elecciones no culminarían en un gobierno. Hoy el ánimo del conjunto del electorado es muy distinto. La ilusión se ha evaporado.
Hay nubarrones, nadie puede negarlo. Parece que sobre el cielo de España se ha instalado una borrasca cuya evolución e intensidad todavía desconocemos. En el mes largo que resta hasta las nuevas elecciones pueden ocurrir tantas cosas que, en un clima tan volátil, hacer previsiones electorales se antoja arriesgado. Hay factores internos y externos que van a influir en la campaña pero los imprevistos son un misterio.
El miércoles, las bolsas mundiales se pegaron un batacazo. El Ibex 35 registró una caída del 2,77%, la mayor en dos años. Crece la incertidumbre ante las señales de debilitamiento económico, tanto en Europa como en EEUU, por la amenaza de un 'brexit' sin acuerdo y por las guerras comerciales de Trump. Es decir que las bolsas se han ido a rojo y nuestras perspectivas de futuro, a negro. Si se consigue que sólo pase a gris, ya podríamos darnos por satisfechos. Horas después del trompazo, el sheriff del mundo, Donald Trump, disparó con la imposición de aranceles a un montón de productos europeos, entre ellos el aceite y el vino españoles y riojanos. Ya ven, en un segundo, mientras dormíamos plácidamente los nubarrones acechaban gravemente nuestra economía.
En política interna, la cosa no está para echar cohetes ni los líderes para asuntos de Estado. Tengo el presentimiento de que vamos a un nuevo abismo. Dos años después de aquel aciago 1 de octubre y de que los independentistas en el Parlament de Cataluña forzaran la maquinaria en un claro desafío al Estado, las cosas no pintan bien en clave de convivencia. La reciente detención de nueve independentistas de los CDR (Comités de Defensa de la República) con material suficiente para fabricar explosivos ha terminado por convertir Cataluña en una olla a presión. Los independentistas alegan el pacifismo de su movimiento político y con Torra a la cabeza consideran las detenciones un montaje del 'Estado opresor'. Al otro lado, hay quienes creen que este es el germen de un terrorismo incipiente. Los jueces, tan criticados en ocasiones, harán su trabajo y, cuando se levante el secreto del sumario, veremos en qué se concretan las acusaciones pero nadie compra materiales explosivos para su fiesta de cumpleaños. En las manifestaciones de esta semana hemos visto insultar y agredir a una periodista de Telecinco, Laila Jiménez, mientras hacía su trabajo. Quienes dicen no ser violentos, acosaron a la reportera y le animaron a marcharse porque la calle es suya, como en tiempos de Fraga Iribarne. Todo son muestras de la tensión que se está viviendo en Cataluña y quienes han creado el monstruo no pueden quejarse ahora de que tenga vida propia y amenace con engullirlos. El independentismo está dividido, de eso no hay duda. La baja participación en las últimas convocatorias lo demuestra. Solo podrá unirles la sentencia sobre el procés que tendrá lugar en plena campaña electoral mientras se anuncia la desobediencia civil. Los nubarrones se acercan, todo puede cambiar en minutos. La ecuación es ésta: desaceleración económica+guerra comercial +Cataluña+brexit +cabreo+ imprevistos. El resultado, imprevisible. Como las encuestas. Las nubes anuncian tormentas. No teman, los líderes disponen de chubasqueros impermeables.
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