1.

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Nos hemos preguntado siempre cuál sería el nuevo rostro del nazismo, del fascismo en definitiva, una vez desusado su aspecto original, el de los años 30-40 del siglo XX. Pues ya lo acabamos de ver: pretenden presentarse ante el mundo como «desnazificadores». Es ... como si Jack el Destripador intentara hacerse pasar por médico estomatólogo. El nazi desnazificador no es sólo una contradicción en términos, sino una paradoja cínica –además de sangrante, literalmente– solo generada por los tiempos de perturbación ideológica en que vivimos. Si alguien es capaz de ver en Putin y en su búnker una misión de valientes desnazificadores, estamos perdidos; o sea: más perdidos.

2.

Nada más parecido a un antiguo nazi que un desnazificador de última generación. El otro día, aviones rusos atacaron la localidad bielorrusa de Kopani desde el espacio aéreo ucraniano para hacer pasar a Ucrania como país atacante. Bien debían saberse estos desnazificadores el terrible episodio nazi de «Falsa bandera» con el que Hitler inició la invasión de Polonia, y el incendio de lo que vino después. Recuérdenlo: la noche del 31 de agosto de 1939, una partida de agentes alemanes de la SD vestidos con uniformes de soldados polacos atacaron Gleiwitz y Hochlinden, poblaciones fronterizas con Alemania para, desde la Estación de Radio de Gleiwitz, emitir en polaco proclamas antigermanas y hacer pasar, en definitiva, el inicio de la invasión de Polonia por Alemania por una provocación del ejército polaco a Alemania. Lo más terrible de aquello es que los de la SD sacaron a presos de Dachau y de Sachsenhausen para engrosar la farsa, y tras el ataque los fusilaron, les borraron la cara y dijeron que eran polacos hostiles.

3.

Estamos acusando, globalmente, un caso claro de Tensión nuclear no resuelta, agudizada por un recalentamiento de la Guerra Fría, hibernada en falso, y avivada a poco que les entra un calentón a alguno de los bloques. A veces parece que le ataca al planeta una nostalgia de aquella erótica de prolegómenos, de misiles erectos, a punto de la eyección. Como si persistiera la tentación o la necesidad orgánica de descargar. La fantasía pornográfica de cabalgar a lomos un misil, como valkirias o valkirios. Kubrick tradujo a la perfección la psicopatía bélica y sexual de la guerra atómica en Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, en mitad de los sesenta, justo dos años después de la Crisis de los misiles, tras la que la tensión se cronificó. Ahora, ese vuelo sería ¡desde! Moscú y la sátira recaería sobre la mesa de Putin; y los hombres de este serían avatares rusos del general Ripper ('destripador'), del presidente Muffey o del doctor Strangelove, excientífico nazi.

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4.

Soazig de la Moissonière, fotógrafa del Elíseo, ha convertido a Macron en el Kennedy de esta historia. Sus (excelentes) fotografías del presidente francés, sobre todo las del blanco y negro, ese blanco y negro cinematográfico del fotoperiodismo americano de los sesenta, ese blanco de la camisa del presidente, ese blanco de camisa kennediana, con corbata oscura, ha logrado sintetizar el drama: se trata de una conversación telefónica agónica e inatendida. Llora el teléfono, que diría la canción. Incluso el teléfono de las fotografías parece un fijo antiguo, como para hablar desde una mesa del Washington Post. Un hombre joven, de la edad de JFK, también, pero que no ha vivido guerras, que pertenece a un mundo joven en el que, de entrada, una guerra es ilegal, incluso impensable, está intentando aliviar una nueva crisis de misiles desde el extremo de una mesa que va desde Moscú hasta París. Y en medio de la cual se extiende una estepa impracticable, plagada de monstruos congelados.

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