Leo en Twitter: «Nota mental: si hoy no puedes con todo, no pasa nada». Traducido al lenguaje de mi suegra: lo que no cuelgue, que arrastre. Eso es lo que me dice cuando me ve desquiciada, descompuesta, desencajada y con unos pelos que parezco Tita ... Cervera recién desencadenada de un árbol del Paseo del Prado. Es su forma de consolarme.

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De notas mentales con buenas intenciones está el infierno lleno. Y de tazas de Mr. Wonderful rotas. Porque, si hoy no puedes con todo, sí que pasa algo, mucho. ¿Y qué pasa? Pues depende, porque si te paras cinco minutos a pensar en la insignificancia del ser humano dentro de un universo que se expande más que mis caderas, te metes en la cama y no sales hasta después de Reyes. Y porque, probablemente, muy pocas cosas de las que hacemos a lo largo del día sirvan para algo más que para estar ocupados entre el informativo de la mañana y el de la noche, y para justificar (un poco, lo mínimo) nuestra existencia, tan vana.

La mayoría de nosotros nos iremos de aquí sin pisar la Luna, sin meter un gol en una final de Champions, sin desfilar por una alfombra roja con un vestido de alta costura, sin descubrir el remedio contra el cáncer, sin escribir la gran novela americana (o de Navalmoral de la Mata) y sin subir a un escenario a aporrear una guitarra; como mucho, nuestra actuación estelar será hacer el ridículo en TikTok imitando a Rosalía disfrazados de mamarracha. Mientras tanto, intentamos consolarnos pensando en que todos somos necesarios, y no contingentes, y por eso contestamos wasaps, asistimos a reuniones, atendemos llamadas, escribimos columnas y hacemos ternera en salsa. Así voy, loca perdida. Nota mental: necesitas vacaciones. Y una caja de Orfidal. Voy a por la receta.

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