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Me dijo: 'Tienes que elegir, o tus amigas o yo'. Y me fui haciendo cada vez más pequeña...» Esta frase, pronunciada con voz trémula por una mujer maltratada, la escuché ayer, Día Internacional contra la Violencia de Género. Y, por supuesto, me indigna. Pero no ... me representa. Me indigna que pueda haber casos como este, en los que un repugnante machista intente someter a su pareja. Sin embargo, no acabo de entender cómo esa mujer adulta y en su sano juicio se va arrugando y empequeñeciendo en lugar de dar a semejante impresentable con la puerta en las narices.
Leo casos escalofriantes de mujeres acosadas y amenazadas por auténticos psicópatas del machismo y en la inmensa mayoría de ellos vuelvo a comprobar con asombro que su denuncia llegó tras años soportando palizas y violaciones del energúmeno y después de haber tenido con él varios hijos... Perdón por mi posible cerrazón, compañeras, pero no alcanzo a comprender cómo se puede soportar tanto dolor, tanta humillación, en unos tiempos en los que las mujeres tenemos acceso al trabajo, a la independencia económica y a decidir sobre nuestro propio cuerpo ante un embarazo no deseado.
Por supuesto que todas las maltratadas tienen mi apoyo, y sus verdugos, mi abominación y desprecio. Pero creo con sinceridad que al feminismo ahora mismo le sobran lágrimas y victimismo y le falta una seria reflexión, un análisis profundo sobre nuestras propias actitudes. ¿Por qué algunas mujeres soportan el maltrato a tan largo plazo? ¿Por qué no denuncian tras la primera paliza? ¿Por miedo? ¿Acaso tienen menos miedo tras años de torturas que después de la primera bofetada? Si no podemos acabar con el machista violento, al menos aprendamos a protegernos y defendernos nosotras.
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