El Repaso: normalidad por rendición

En esto los navarros nos llevan ventaja, porque directamente ya no van a hacer pruebas a nadie que no vaya al centro de Salud echando los pulmones por la boca.

No, no creo que la intención sea hacernos trampas en este solitario. O al menos, no del todo. En ambos casos estamos reconociendo una derrota: simplemente, no podemos controlar el contagio de casos. El virus nos ha ganado en eso, y no parece que haya vuelta atrás. Y así las cosas, confiamos en la vacunación para que no nos mate, o no nos mate demasiado.

Es el principio del fin. Quizá hubiéramos deseado un the end estilo Hollywood, o sea, con un científico rubio y con ojos azules que encuentre una cura magnífica que de repente salvara a todo el mundo. Pero en fin, la vida es dura y los biólogos no se parecen a Brad Pitt.

Así que tendremos que conformarnos con lo que hay. Y lo que hay es que ya nadie está dispuesto a pasar por nuevas restricciones para frenar el contagio, ni gobernantes ni, mucho me temo, gobernados. Sin esas restricciones el contagio es así de imparable, y al asumir eso entendemos también como asumible el daño que se hace a los más vulnerables, esos que acaban en los hospitales y esos que mueren. De nuevo miramos a las vacunas para intentar que las cosas sean un poco más manejables como sociedad.

Es la normalidad que va a volver, aunque lo haga por rendición. Nuestro único consuelo es haber conseguido como especie crear una vacuna que nos permitirá, parece, seguir adelante. Y esperar que la mayoría sigamos entendiendo que debemos ponérnosla.

Porque las vacunas nos han mostrado al menos esta puerta de salida. No la mejor, pero quizá la única posible. Los anticiencia siguen sin verlo pero en fin, quizá ese sea el efecto secundario más evidente de la vacuna: se ha convertido en un identificador de tontos casi insuperable.

Por fin, La Rioja se decidió el martes a hacer lo que parecía inevitable. Ya que no se contemplan restricciones mayores, era buena idea al menos poner algún palo en las ruedas de la Nochevieja. Y ya de paso recordar a la gente que si se tiene cuidado, mejor. Cierto es que la medida fue tardía, pero al menos no mucho más que en el resto de las comunidades de esta parte de España. Así que bien por ello.

Para mi, sin embargo, más que lo del ocio nocturno (que pasará) lo importante es la extensión del pasaporte COVID (que debería quedarse). Y su aplicación lo más a rajatabla que se pueda.

La cosa es que el dichoso pasaporte va consiguiendo poco a poco sacar a algunos no vacunados de la cueva. Lo cual, si bien se piensa, es como para perder un poquico de fe en la humanidad. Os ea: hay peña por las aceras que compartimos todos que se negaba a vacunarse pese a todos los avisos y todas las evidencias, y a quien la solidaridad con sus semejantes se la sudaba en extremo. Pero esa misma gente se va a vacunar, sin embargo, ante el peligro de no poder entrar a tomar un copazo o a hacer spinning. Ay.

No sé si les pasa ustedes lo que a mi, que para el día dos de enero ya ando aborrecido de felicitaciones, balances del año muerto y deseos para el recién nacido. Por si acaso, para no aburrirles, sólo les dejaré un deseo ferviente. O bueno, dos.

Primero, que el 2022 nos enseñe a poder opinar de todo sin por eso dibujar rayas en el suelo, pensando que el del otro lado es un enemigo. A todos, pero especialmente a los que buscan nuestro voto: su inquina gotea, y envenena.

Y segundo, que la suerte nos conceda la salud y las ganas para seguir viéndonos por aquí cada domingo. Y que me ilumine para estar a la altura. Feliz año.