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Esto no se me ha ocurrido a mí &ndash¡faltaría más!&ndash, uno es listo, pero no hasta esos extremos. Es cierto que yo, como todo hijo de vecino, tengo unas ganas desaforadas de volver a la normalidad, esto es, de salir a la calle ... sin mascarilla, dejar ya de una vez el gel que va a acabar por desgastarme las manos, de sentarme en un banco con un amigo cura y poderle hablar al oído y no a grito pelado para que me entienda. Y tengo ganas de que mi gente en la misa se siente donde le dé la gana y se pueda dar la paz en la mano con toda naturalidad y sin miedo. Y tengo ganas de ver al Barça con el barullo del público, y no como a escondidas. Y, sobre todo, tengo ganas de poder asistir a un bautizo, a la Primera Comunión de mis sobrinos nietos y celebrar las cosas con una comidita familiar como siempre ha sido. Y más cosas parecidas.
¿A quién se le ha ocurrido eso de una 'nueva normalidad'? Pues a quién iba a ser: al que más ha trabajado en el mundo mundial por llevar paz, serenidad, alegría, esperanza, buen ánimo y sensatez desde diciembre para acá. Ese alguien no es otro que el Papa Francisco. Lo del Jueves Santo y el Viernes Santo no lo olvidaré mientras viva. Su oración sentida y silenciosa ante el Cristo que los romanos sacaron a la calle en 1522 por otra gran peste, y su condición de hijo pequeño ante María la madre, Salud del pueblo romano, me hicieron llorar de verdad, y no me da ningún pudor escribirlo.
El Papa, el domingo pasado, mandó una carta a los curas de Roma, a sus curas de los que él es obispo, en la que les abrió su corazón, se sinceró con ellos como un hermano mayor hace con sus hermanos. Y les dijo muchas cosas muy sugerentes. Yo destaco una sola, y que hace referencia al título de este escrito que, por cierto, ya rompe mi confinamiento.
¡Es necesario retornar hacia una normalidad, pero una normalidad que sea 'nueva' de verdad! Esta pandemia nos ha debido enseñar que ya nada &ndasho casi nada&ndash puede ser como antes. Todo lo que tiene que ver con la familia ha de dar un salto en calidad a mejor, como han demostrado millones de familias riojanas, españolas y de todo el mundo, confinadas en casa. Nos han dicho, nos han gritado un «sí se puede», que ni políticos, ni comunicadores, ni sociólogos podemos olvidar. Se puede &ndashy por lo tanto&ndash se debe ganar en conocimiento, en cariño, en perdonar y pedir perdón, en hablar y comunicarse como tal vez no se haya hecho hasta ahora. Y los hijos. ¿Qué decir de los sencillos pero elocuentes descubrimientos que hemos advertido al tratar más intensamente con ellos? Todos hemos ganado, padres, hijos, abuelos... Todos sin excepción.
Tampoco podemos volver a una normalidad en la que sea 'normal' la mentira en la política, el engaño y el abuso en las relaciones laborales, la corrupción a la escala y al escándalo a los que ya estábamos acostumbrados, la falta de atención a los más desfavorecidos por la pobreza o por otra necesidad. Todas esas miserias nos parecían lo más natural. Y ¡ojo! el Papa ha señalado una normalidad que ya no se debe volver a repetir, y no es otra que la organización, fabricación y venta de armas, del tipo que sean. ¡Todas fuera! El Papa ha pedido por activa y por pasiva que esas inversiones reviertan &ndashsí o sí&ndash en el mundo de la investigación de enfermedades, conocidas o desconocidas, en la fabricación de fármacos y en la dotación de medios para que todo ser humano &ndashviva en Noruega o en Burkina Faso&ndash pueda ser atendido como corresponde. Esta es una lección que no podemos dejar pasar.
Esta pandemia no ha sido la primera en la historia. Ha habido muchas y temibles, letales. Gripes, viruela, peste, lepra, tuberculosis, y un largo y dramático etcétera. Como ésta, ninguna. Ha afectado a todo el planeta.
O nos sirve de lección o habrá que pensar, con razón, que el hombre es el ser más necio de la creación, y eso a mí me cuesta aceptarlo porque estoy convencido de que todos hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Y esto es lo más grandioso. ¡Que se note!
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