La normalidad y la emoción
CON LOS SIETE SENTIDOS ·
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Ahora que hemos vuelto de nuevo a las clases, con todas las preocupaciones propias de los tradicionales comienzos de curso y con las nuevas incertidumbres que la situación COVID nos pueda deparar, es conveniente, como dice Benedetti —siempre, para mí, Benedetti «hacer una pausa /contemplarse ... a sí mismo/sin la fruición cotidiana/examinar el pasado/rubro por rubro/etapa por etapa/baldosa por baldosa/y no llorarse las mentiras/ sino cantarse las verdades», es decir, pararnos y ver tranquilamente lo que tenemos que hacer en este curso escolar de la «nueva normalidad» como familias, como profesorado, como administraciones. Ver lo que hicimos bien, mal, regular y poner todas nuestras fuerzas y recursos en hacerlo bien. Y no volveré a hablar de mascarillas, de distancias —las cuales no debían reducirse, ni con ellas reducir los recursos—. No voy a hablar de las no fiestas fuera del entorno escolar, ni de la necesidad de vacunarse, etc.
Hoy, querido lector, quiero tratar el comienzo de curso recordando lo más esencial de la educación. Educamos para la vida, por tanto educamos para que nuestros hijos y nuestros alumnos tengan una autoestima positiva y real, sean autónomos, se sientan emocionalmente estables, tengan valores que les permitan convivir en sociedad —no estar, parasitar, o sobrevivir en ella—, y sentirse bien consigo mismos al encontrar su propio lugar en la vida. Sabemos el esfuerzo y la dedicación que por parte de los progenitores y del profesorado conlleva esta labor. Sabemos que hay niños más llevaderos, y otros más difíciles de educar. Especialmente, con los niños difíciles o inquietos o nerviosos, a veces incluso iracundos y agresivos nos cuesta mucho mantener la calma. Sin embargo, estos justamente son los que más necesitan de nuestra paciencia y comprensión. Un niño furioso, nervioso, «extremado» o «infinito», que dicen algunas personas, es solo un niño que no ha encontrado su lugar. Mirémonos a nosotros mismos, ya adultos, y respondamos honestamente a cómo nos sentimos y actuamos cuando tampoco nos sentimos bien con nosotros mismos, ni con la gente, ni en el lugar en el que estamos.
Hay al respecto de la exasperación, un precioso cuento, atribuido a Jorge Bucay, sobre la tristeza y la ira: dicen que la tristeza y la ira se bañaron en el mismo río, despojándose de sus vestiduras. La ira, que siempre va nerviosa, ciega y sin fijarse, se puso al salir la ropa de la tristeza. La tristeza, a la que no le gusta llamar la atención, calladamente, se puso la ropa de la ira. Es por esto que cuando veamos la rabia o la ira en un niño es conveniente hacer una pausa y mirar dentro, posiblemente sea la tristeza, o la no autoestima, o la desesperanza quien gobierna su corazón y quien está pidiendo nuestra ayuda.
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