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Cuando esta pesadilla de epidemia acabe los supervivientes reconoceremos que también tuvo su lado positivo o, cuando menos, que nos enseñó cosas importantes sobre una vida de la que creíamos saberlo todo. La mayor, sin duda, será la fuerte subida que en nuestra bolsa de ... valores personales experimentará el disfrute de la libertad. La cual, como hemos comprobado, no es una solemne aspiración utópica esculpida en el frontispicio del templo de los derechos humanos sino algo tan sencillo como poder salir de casa e ir cuando, adonde y con quien te dé la gana, sin guantes ni mascarilla y sin importar lo petado que estén el bus, la callejuela de los bares, el súper, la cola de la degustación o el teatro. Pero su pérdida solo ha sido el principio. La penúltima etiqueta diseñada por la propaganda monclovita, con nombre de secta destructiva («Nueva Normalidad»), consistirá en tal anormalidad de la vida cotidiana tal y como la hemos conocido que muchas costumbres acabarán desapareciendo. ¿Quién querrá, por ejemplo, guardar telémetro en mano una larga cola hasta la Laurel o la San Juan con acceso regulado para meterse por debajo de la mascarilla con guante de látex un pincho servido a través de un agujero de la mampara, a razón de tres clientes por barra, suponiendo que el tabernero lo pueda soportar? Actividades no esenciales pero hasta ahora tan «normales» como salir a tomar algo, pedalear en grupo, asistir a una charla, ir al cine, a la peluquería, a la playa e incluso al médico, serán tan complicadas y desagradables que acabaremos desistiendo de realizarlas.

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