En 1942, Dalí organizó una fiesta de Nochevieja con el fin de recaudar fondos para ayudar a los artistas desplazados por culpa de la guerra. Se celebró en un hotel de Monterrey (California) bajo el nombre de 'Noche en el Bosque Surrealista', y a ella ... acudieron estrellas del calibre de Alfred Hitchcock, Bing Crosby, Clark Gable o Bob Hope, que se quedaron traspuestas al ver que Gala, disfrazada de unicornio y con un cachorro de león en el regazo, los recibía recostada en una cama gigante que se prolongaba hasta convertirse en una mesa larguísima. Por si eso fuera poco, los monos daban perigallos entre los invitados, y se servían mariscos en zapatos de satén y ranas vivas en bandejas de plata. Bob Hope se largó sin probar bocado.

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Mañana hará 80 años de esa fiesta. Mira, los mismos que siento que me caen encima cuando llega la Nochevieja. Que si una ya no tiene edad de irse a perrear, tampoco la tiene para aperrearse en un garito. Que ganas me dan de celebrar el fin de año en la cama, a lo Gala, pero sin león. Que lo de ir padeciendo por esos cotillones del demonio vestida de lentejuelas y subida a unos andamios, a medio camino entre una vedette retirada y una ex novia de Paquirrín, ha pasado a mejor vida. Que lo batirse el cobre en una barra atestada para poder echarse un cubata al morro se lo dejo a las nuevas generaciones. Que lo de resbalarse por culpa de las copas derramadas por el suelo ya entraña riesgo de rotura de cadera. Que lo de los monos no era exclusivo de Dalí porque también hay mucho primate suelto esa noche. Y que una, por vieja y por diabla, sabe que en Nochevieja siempre se sale a ganar, pero se vuelve a perder. Esas veladas sí que son surrealistas. Como el año que llevamos.

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