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Los altercados registrados la noche de Halloween a las puertas de una de las discotecas más populares de Logroño provocan pavor. Viendo las imágenes que recogen el momento y siguen sumando visualizaciones en las redes sociales, resulta difícil discernir cuál de todos los actores que ... intervienen genera más escalofríos. Los dos jóvenes que lanzan vasos, botellas y vallas metálicas contra la entrada del local con una violencia extrema asustan. El miedo habita también en el gesto de los porteros apostados en la entrada, que primero parecen desplegar una actitud entre contemporizadora y desafiante pero acaban buscando refugio en el interior entre el ruido del metal y los cristales que se estrellan a su lado. Otra ración de escalofríos lo aporta el público que observa un incidente que va escalando de tensión en cada frame. Es una mirada pasiva, indolente, casi aburrida, como si lo que tienen delante fuera un espectáculo habitual y festivo, en vez de un episodio que podría haber tenido consecuencias dramáticas y vuelve a desgastar el cliché ese de que Logroño es una amable ciudad de provincias donde nunca pasa nada. Y si no, basta con que imagine que en mitad de ese caos que incluye empujones, gritos y una etílica brutalidad cani hubiera pasado su hijo, su sobrina, un conocido. Quizá usted misma. Aunque pensándolo bien, lo que verdaderamente inflama de inquietud la escena es lo que falta en ella: la policía que debía haber estado allí para atajar lo que va más allá de una pelea puntual y engrosa el catálogo de broncas que se reproducen cada poco en el mismo lugar, a las mismas horas. Esas noches oscuras y desamparadas sí que dan un miedo terrible.
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