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Andábamos sumidos en nuestras cosas, enredados bobaliconamente en la madeja de una cotidianidad que solo ahora comprendemos extraordinaria, felices sin saberlo, cuando a la vuelta de una esquina, como a Pedro Navaja, nos sorprendió el disparo de dos conceptos, confinamiento y estado de alarma, que ... uno jamás pensó que tendría que escuchar a no ser que se pusiera una película de Costa Gavras.
Lo que vino luego ya es sabido: nos arrastró como a peleles una corriente cenagosa y violenta de cifras de muertos, curvas de contagios y términos médicos que no nos dejaba hacer pie en ningún lado. Fueron días de quebranto y miedo, de aplausos y coraje. Días en los que, quien más quien menos, todos fuimos héroes. Lo fueron, qué duda cabe, los miembros del colectivo sociosanitario, pero también el anónimo hombre enmascarado que iba a hacer la compra como quien iba a hacer la guerra, el abuelo que aprendió a hacer videollamadas, el niño enclaustrado, el currante de cualquiera de los llamados servicios esenciales que recorría en soledad absoluta las calles de unas ciudades que no eran entonces más que cascarones sin nada dentro y en donde escuchaba con eco sus pisadas de ritmo pesaroso sobre el cemento, como el metrónomo del réquiem en que se había convertido cada día.
Ha pasado, eso parece, lo peor, pero quedan muy cerca aún aquellas fechas, aquellas sensaciones de las que conviene no olvidarse nunca e interiorizar poco a poco las muchas enseñanzas que encierran. Cada uno las elegirá y las adecuará a su propia forma de ver las cosas. Pero conviene, por ejemplo, tomar conciencia de lo finísimo que es el hilo con el que está cosido ese orden veleidoso que llamamos normalidad. Conviene, asimismo, aceptar que nuestra vida, esa vida que nos arrastra infartados hacia el segundo coche y el tercer televisor, no es más que una casualidad biológica a merced de otras casualidades biológicas, como ha quedado bien patente.
Hoy despertamos al fin de ese mal sueño del estado de alarma. Estrenamos al alba vida nueva y avanzamos torpemente aún por ella, convalecientes como somos todos de esta pandemia. Nadie nos pide ya ser héroes. Será suficiente con actuar de forma cautelosa, responsable, respetuosa, solidaria. No dejemos de hacerlo si no queremos que tras la noche venga la noche más larga.
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