Ya es primavera. En El Corte Inglés y en el tiempo marcado por el calendario, porque en el otro, en el meteorológico, no ha comenzado aún. Este inicio borrascoso favorece a los perezosos que no descolgamos el abrigo del perchero hasta julio y mezclamos ropa ... de invierno y verano en el armario, que lo mismo combinamos camiseta con trenca que sandalias con calcetines. La primavera provoca el mamarrachismo estético. También la cursilería: la primavera nunca empieza sin más, sino que estalla, germina o brota. «Eres tan cursi, hija, / que no hay por dónde cogerte», escribió Gloria Fuertes. Tampoco hay por dónde coger a los rijosos, a los tipos marchitos que, disfrazados de poetas, loan los encantos de las muchachas en flor para atraer su atención, cuando lo único atraen es su rechazo.

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Menos mal que una ya conoce a la primavera, porque lleva muchas a la chepa. Conoce sus trucos, su astenia y su ansiedad, esa que te entra en las tardes largas y luminosas y te impulsa a cerrar el libro y levantarte del sofá para ir a vivir tu propia vida en lugar de refugiarte en la que viven los demás. Aunque, a lo mejor, no es ansiedad, sino asma provocada por las gramíneas. Cuesta distinguirlos. Tanto como saber si los ojos están llorosos por culpa de la conjuntivitis alérgica o por el desamor: hay que diferenciar los síntomas para que no te confundan con Chenoa, plantada en la puerta de su casa en chándal, lacrimosa, descompuesta y sin novio en un mes de abril. Por eso no hay que fiarse de una estación tan cambiante. Ni de los cantantes con el pelo muy rizado. Ni de los tipos rijosos. Ni de los que, en primavera, están dispuestos a hacer cualquier cosa para tomar el poder o para conservarlo. Y de esos, menos todavía.

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