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Occidente lleva décadas desconociendo conceptos tan valiosos como la responsabilidad, el compromiso y el esfuerzo, y ese es uno de los motivos por los que circula cada vez mas el mensaje de que la culpa de este desastre es de todos. Oiga, váyase usted al ... carajo, que yo no tengo la culpa, ni yo ni los millones de españoles que hemos hecho todo lo que nos han dicho, que hemos padecido el confinamiento y las restricciones con disciplina sombría, asustados pero conscientes de que este maldito calvario es lo que se debe hacer. Cada vez que un iluminado suelta de nuevo eso de que los culpables somos todos nos insulta a los que que cumplimos y diluye en el puchero apestoso de su buenismo la responsabilidad criminal de los que nos mantienen en esta situación.
En realidad esta filosofía que desprecia valores como el sacrificio y el trabajo duro es la misma que justifica pasar de curso con asignaturas suspendidas, o la que pone el grito en el cielo cada vez que en un partido de infantil un equipo gana a otro por goleada. No se puede echar la culpa, está mal visto premiar al que cumple con su obligación y señalar al que lo hace mal porque eso «genera conflicto»; tampoco hay mucho remedio, es difícil combatir esta epidemia mental porque ahora mismo es el pensamiento dominante.
Dice el filósofo Slavoj Zizek que la corrección política es una forma nueva y peligrosa de totalitarismo, y ahora lo estamos viendo porque ese mensaje de que la culpa es de todos también se lanza desde los cargos públicos. «Es nuestra forma de vida, es que son nuestras costumbres», dicen cada dos por tres. Y no. Cuando el gobernante lanza esa idea, que compra buena parte de la audiencia, incurre en algo muy peligroso: eludir su responsabilidad como gestor y como autoridad para hacer cumplir la ley. Que calen estos conceptos es señal del hundimiento moral de nuestra sociedad; en el fondo la idea es simple y brillante, porque venirnos con el cuento de que la culpa es de todos es lo mismo que decir que en realidad no es de nadie.
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