«El niño más terrible y bueno del mundo»
CON LOS SIETE SENTIDOS ·
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John Burningham escribió e ilustró un maravilloso libro, que además de divertido es un ejemplo educativo para familias y profesorado: 'Eduardo, el niño más terrible del mundo'.
El protagonista del cuento, Eduardo, es un niño como otro cualquiera. Como casi todos los niños y niñas ... era muy movido y hacía mucho ruido. Un día, un adulto le dijo que era el niño más ruidoso del mundo, y Eduardo se volvió cada día más y más ruidoso. Otro día, un adulto lo encontró dando patadas y le dijo que era el niño más bruto del mundo y Eduardo se volvió cada día más y más bruto. En otra ocasión le vieron meterse con un animal y expresaron que era el niño más cruel del mundo. Así con diferentes situaciones. Finalmente, los adultos señalan a Eduardo como el niño más terrible del mundo y Eduardo termina creyéndoselo y comportándose como tal.
Hasta que un día, un señor confundió una travesura con una buena acción y le elogió. A partir de ahí, Eduardo modela su conducta para hacer honor a tal elogio. Confusiones del mismo tipo se repiten varias veces más y, elogio tras elogio, Eduardo se convierte en el niño más bueno del mundo.
Este cuento trata de forma divertida y sencilla un tema tan enjundioso –para tratar en amplitud– como es el famoso 'Efecto Pigmalión' o de la «profecía autocumplida».
'Efecto Pigmalión', en el ámbito de la Psicología y la educación se denomina a «la influencia que una persona puede ejercer sobre otra, basada en la imagen que esta tiene de ella». Este efecto se conoce también como «profecía autocumplida». De forma simple y resumida viene a decir que nuestro comportamiento está influido por el modo en cómo nos ven los demás, ya sea positivo o negativo. Y que las creencias y expectativas que las otras personas tienen sobre nosotros afectan al modo en que actuamos.
La «profecía autocumplida» actúa en todos los ámbitos del funcionamiento humano, y se ha documentado científicamente a nivel social, familiar, educativo, laboral o económico.
La historia de Eduardo nos habla de esto, de lo que influye en los niños los mensajes y las expectativas que los adultos les transmitimos. Nos alerta del gran peligro de poner etiquetas a los niños. Lo bueno es que podemos revertir la «profecía autocumplida», para ello, en nuestra vida real debemos tener tres ingredientes imprescindibles. Uno, fijarnos en los aspectos más positivos de nuestros retoños y alumnado. Dos, generar expectativas positivas a partir de ellos. Tres, que esas expectativas sean realistas, y ser sinceros al formularlas.
Ya Goethe nos lo dejó escrito, y también vale para nosotros: «Si tratamos a los demás como son, puede que los ayudemos; pero si los tratamos tal y como pueden llegar a ser, los estamos ayudando a mejorar».
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