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Leo en la prensa que una pareja adoptó a una niña de seis años y en realidad resultó ser una enana de 22 años que planeaba asesinarlos. Esto le pasó a Pablo Iglesias con Errejón, que ayer dijo que venía a hacer país. Veo niños ... por todas partes: están los periódicos tan llenos de críos que parecen la gacetilla del colegio. Niños asesinos, niños políticos, niños en edad de andar a jugar al parque con un bocata de chocolate que te montan un pollo en la ONU. El planeta es una cosa y otra es la niña Greta, que habla con la rabia propia de los chavales cuando les quitas los dibujos y les pones el informativo de la Resano. Alrededor de Greta Thunberg se erige la paradoja imposible por la que los que se supone que la aman la entregan al dios cruel de la popularidad y la sacrifican en el altar mayor de la opinión pública en lugar de protegerla y, en cambio, los que la odian van clamando que pobre cría. Yo lo que sé de la niña Greta es que habla del bien y el mal con una rabia luterana como si llamara la atención sobre la virtud desde el púlpito de una iglesia de fieles de misa diaria y fuerte inclinación a pecar, que por otra parte es lo que significa Naciones Unidas. Así montando la bronca me recuerda a algunos toreros cuando salen de la cara del toro y parece que les debes 20.000 euros. Después, el 'show' soterra el debate de qué hay que hacer para salvar el planeta, qué precio tiene, si se puede asumir el coste y a qué ritmo, que es de lo que habría que hablar en lugar de estar debatiendo sobre si Greta, sí o Greta, no. Claro que la resolución de los problemas planetarios es compleja y esquiva como la sonrisa de Carmen Calvo, que es la Gioconda de Moncloa, y va más allá del tópico infantil de un mundo maltratado por unos tipos que solo piensan en su riqueza. Es lógico que los niños digan cosas de niños, aunque ahora legiones de gentes se preguntan si es que a sus hijos les importa el planeta y a ellos, no. Como si a las personas mayores les resultara atractiva la idea de que su nieto tenga que elegir entre perecer de sed en un desierto o arrastrado por una riada con su biznieto en brazos. Como si los mayores no prestaran atención a los problemas por ser perezosos, avariciosos y malvados, esto es -y aquí viene el gran sofisma gretiano-, por ser viejos. En realidad, Greta y su infantería de niños insolentes viene a decirnos que no entendemos nada, que no sabemos nada, que nada podemos hacer porque somos ancianos. Es más sencillo lanzar un mensaje emocional que poner encima de la mesa la solución y su coste, por ejemplo si hay que terminar con el consumo de los combustibles fósiles, el precio que pagaría el ciudadano y las familias que irían a la ruina si mañana se terminara con el Diesel. Es más sencillo decir a los ciudadanos del mundo que son unos cabrones que están haciendo llorar a una niña. Debería plantearse el movimiento ecologista si con Greta se está enfocando en el verdadero problema o creando uno nuevo. Si poniendo a los niños en primera línea de batalla estamos perdiendo la guerra.
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