En un contexto incierto y cambiante provocado por la amenaza de los efectos impredecibles de la guerra en Ucrania, los precios claramente al alza, la inflación desafiante, la pandemia todavía inacabada con el brote de viruela símica en el aire y altas temperaturas e incendios, ... los españoles (y los europeos en general) muestran el más puro estilo nómada humano retomando masivamente los viajes turísticos. Españoles y europeos sueñan con dejar las preocupaciones atrás en un verano muy caluroso y altamente politizado. Disfrutar en definitiva de unos días de asueto con un volumen de viajes similar a la época prepandemia, por si acaso vienen tiempos peores.
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Pero este deseo de, por fin, far niente choca frontalmente con la realidad económica y los precios han aumentado increíblemente. Pasajes, equipaje, carburante, hoteles, alojamientos, comida, etcétera, están por las nubes, nunca mejor dicho. Lo mismo cuesta mucho más dinero (por ejemplo, reservar asiento en primeras filas turista del avión supone pagar 40 euros, un hotel de 180 euros la noche cuesta 275...) o, incluso, algún servicio sin coste ahora hay que abonarlo, obligando a algunos a recortar días de estancia para no renunciar a las vacaciones.
La precariedad del viaje de los que aun así se desplazan (la mayoría) está a la orden del día, afrontando diversas vicisitudes especialmente en los aeropuertos: colas, retrasos, 'overbookings', tarifas abusivas y cancelaciones de vuelos o destinos son frecuentes. Viajar volando parece una carrera de obstáculos que estamos dispuestos a afrontar. España está entre los países europeos menos afectados por esta precariedad aérea, pero aborda un reto propio: recibir un turismo masificado y sin freno regulador que ha disparado los alojamientos ilegales, incluso a través de plataformas como Airbnb.
Un entorno de far niente deseado, ante un otoño que se avecina complicado con la anunciada alarma del suministro energético y una inflación galopante frente a la que la Unión Europea ya ha anunciado una subida del 0,5 por ciento de intereses para ralentizar la economía junto con medidas del Banco Central Europeo que ayuden a los países endeudados para que no se disparen las primas de riesgo, como sucedió hace unos cuantos años.
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Nos espera un retorno a la realidad en el que los estados quizás tengan cierta seguridad pero en el que los sectores sociales más vulnerables, sin ahorros, tendrán deudas cada vez más caras, frente a lo que algún país (no España) previsor debate medidas para mantener el poder adquisitivo de los ciudadanos.
Que disfruten.
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