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Dale a un hombre necio una red social y escalará el Everest de la estulticia por la cara norte. Menudean los ejemplos. Uno: el cantante aquél que hizo patente su patetismo cuando aireó lo de la confabulación global Sánchez-Gates para colocarnos un chip con ... la excusa de la vacuna más buscada. Hoy da pena. Otro: el director financiero que fue de Correos casi hasta ayer, se ufanó en su grupo profesional de WhatsApp de su habilidad para regatearle 50 euros a una prostituta. Hoy no busca putas, busca trabajo. Un tercero: los 'payasos justicieros', ese grupo que saltó a las páginas de sucesos de aquí hace dos veranos por hacer lumbre con muchos coches ajenos, reventar con fuego algún garaje y poner en riesgo serio las vidas de sus vecinos. Como muy violentos, sin empatía y con trastorno narcisista los describe el fiscal. No dice de la estupidez que les animaba a alardear de sus fechorías. Hoy son jóvenes, pero tienen todos los números para dejar de serlo en una cárcel. Y sin wifi.

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