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Hay pocas cosas tan satisfactorias para un periodista como ver la entrega de premios de Reportero Escolar. Imagínense ustedes: son cientos de chicos de 12, 13, 14 años, que durante el curso han estado haciendo periodismo. A su escala, pero periodismo. O sea, entrevistando ... a gente, haciendo reportajes, vídeos. Esforzándose en cosas que no son el abecé de los antiguos currículos. Y recordándonos a los viejos qué es lo básico e este oficio: ir, ver, contar. Con ilusión y honestidad.
Viendo el esfuerzo, viendo los resultados y viendo la alegría con la que celebraban los ganadores (y la carita de los finalistas) a uno le daba por pensar en que esto tiene futuro. El periodismo, digo. Que, ustedes me perdonarán el corporativismo, me parece ahora más necesario de lo que ha sido nunca.
Nos dijeron que internet iba a ser el paraíso del periodismo: un lugar en el que todos podríamos comunicar y enterarnos de todo, en el que ya no habría barrera y donde la información sería puramente democrática, porque todo el mundo podría ser periodista de sí mismo. «Periodismo ciudadano», le llamaron.
Y la verdad, internet ES una bendición para el periodismo, con el potencial de llevarlo donde nunca podría haber llegado de otro modo. Pero a la vez, las promesas de aquellos inicios han acabado pecando de inocencia, porque algo se nos pasó en aquellos años felices: que lo que era fetén para comunicar las verdades, también lo era para contar mentiras. Y que, ay, a veces los ciudadanos no somos tan buenos periodistas... ni tan buenos lectores.
Mucho se habla estos días de fake news, de bulos, de mentiras. Y más con esta doble campaña enlazada. Y mucho se habla de las manos negras que andan por detrás, que son, al fin y al cabo, sencillas de imaginar. Cui prodest.
Pero hablamos menos de un fenómeno que es bastante peor; malo es que haya un mentiroso, pero peor es que haya hordas de ciudadanos dispuestos a tragarse esas mentiras. Más aún, deseosos de hacerlo, porque confirman sus propias ideas preconcebidas. Y si es demasiadas veces verdad aquello de «que la realidad no te estropee un buen titular» que nos adjudican a los escribidores, no es menos cierto el «que la realidad no te estropee un prejuicio» que llevan a gala muchos lectores, por ejemplo, aquellos que desean ver confirmadas las ideas racistas que les vienen de fábrica.
Ese ciclo mentiroso-crédulo a sabiendas es muy difícil de vencer. Yo sólo conozco una receta, y se llama periodismo. Ayer, preguntados durante la entrega de premios del Reportero quién quería ser periodista en el futuro, media docena de chavales levantó la mano. Que Dios les conserve la vocación: el resto, que será publico, les necesitará.
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