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Cuando este columnista anda falto de inspiración para el siguiente jueves solo tiene que ver un telediario, escuchar un noticiario u ojear un periódico para recolectar ideas que piden tinta. En estos tiempos hay sobredosis de noticias estupefacientes y resulta difícil escoger, pero hay una ... que destaca por su grotesca extravagancia: Pedro Sánchez ha anunciado su intención de sacar instituciones y organismos nacionales de la villa de Madrid, con objeto de «compartir Estado», obedeciendo a «la necesidad de que muchas instituciones públicas salgan de la capital de España para frenar la despoblación y equilibrar el desarrollo de los territorios». La ministra más dicharachera de Barrio Sésamo, doctora Montero, ha remachado la tesis del patrón asegurando que «necesitamos que las instituciones tengan una presencia a nivel territorial que supere los límites tradicionales de la capital».
¿Necesitamos? A ver, ¿quién necesita sacar de Madrid la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, el Instituto Nacional de Estadística, el Tribunal Supremo, el Cuartel General de la Armada o esa inutilidad del Senado? ¿Para llevárselos adónde?, ¿por qué?, para qué?, ¿con qué criterio? ¿a qué precio?
Amigo lector, con una mano en el pecho y otra en el bolsillo o sus aledaños, sea sincero: ¿usted necesita que se lleven de Madrid instituciones nacionales que tienen allí su sede precisamente por ejercer constitucionalmente (Art. 5) la capitalidad de la nación? O necesita más bien otras cosas, como que le bajen el precio del combustible, la luz y el gas, que dejen de freírle a impuestos, que sus hijos encuentren trabajo o dejen de cobrar una mierda por el que tienen, que tarden menos de dos años en operarle de algo, que pueda vivir dignamente con la pensión tras toda la vida currando, que no pierda poder adquisitivo y otras tonterías por el estilo comparadas con el problemón colectivo que supone mantener los ministerios del Reino de España en su multisecular capital?
Aunque, pensándolo bien, la malintencionada ocurrencia de este madridófobo obsesivo (¿de verdad piensa revitalizar la España vaciada desterrando legiones de funcionarios de la Corte a provincias?) puede ofrecerle ventajas tan grandes como, por ejemplo, trasladar el Palacio de la Moncloa al islote Perejil. Aparte de que es difícil imaginar mejor freno a la despoblación, equilibrio de los territorios y compartición de Estado, su inquilino estaría allí a salvo de periodistas impertinentes, abucheos populacheros y controles parlamentarios, y sería un bonito gesto de acercamiento al entrañable amigo marroquí. Con tanto despoblado alrededor de su residencia, tampoco se me ocurre mejor sitio donde nuestro ínclito presidente pueda satisfacer a calzón quitado sus más urgentes necesidades.
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