Las cosas son a veces desopilantemente sencillas. De verdad que sí. Por mucho que nos empeñemos, la raíz y la base de algunas realidades es cristalina, innegable y unívoca.
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Por ejemplo. El 8 de marzo va de algo que es muy fácil: de que las ... mujeres en general tienen la vida más complicada que los hombres en general. Y de que eso está mal. No veo posibilidad de error en ninguna de esas dos afirmaciones, así que la tercera no está muy lejos: cuando algo va mal, hay que hacer cosas para cambiarlo.
Por eso nos hace falta un 8M, el que usted prefiera. Me da igual que haga o no huelga, que vaya o no a la manifestación, que esté más o menos de acuerdo con algunos de los manifiestos que alfombran esta jornada. Por mucho que haya quien quiera llevarse las aguas de este día demasiado cerca de las aspas su molino político, la realidad es, me repito, evidente. Esto está mal, esto hay que denunciarlo, esto hay que cambiarlo.
Y sin embargo. Últimamente leo por los vertederos (redes sociales y demás) mucha tontería sobre estas cuestiones. Uno diría, oyendo lo que rebuznan algunas tribus, que vivimos en una especie de dictadura hembrista, en la que un oscuro 'lobby' mujeril anda desorejando varones por las calles.
Y la verdad, no. Según pasan los años cada vez tengo menos cosas del todo claras, así que me aferro a las que me quedan. Una de ellas es la convicción de que todo grupo en el que hombres y mujeres tienen las mismas oportunidades es un grupo mejor.
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Resulta que eso, aquí y ahora, no se cumple. Y por eso es necesario un 8M. Y ya está.
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