El Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas acordaron ayer, en el marco del estado de alarma, medidas y recomendaciones para afrontar las fiestas navideñas que relajan algunas de las restricciones vigentes contra la pandemia. La fijación de pautas comunes al conjunto del territorio nacional es en sí misma un avance cuando, pese a la pandemia, los ciudadanos buscan regresar a las costumbres de siempre durante la Navidad y las administraciones afectadas tratan de congraciarse con esa pulsión. Pero la evolución de los datos epidemiológicos en Cataluña durante los últimos días, que se hacen eco de la reciente suavización de las limitaciones ante el COVID, advierte de los riesgos que se corren con una nueva desescalada. Tampoco es halagüeña la perspectiva en La Rioja, cuya curva vírica va cediendo muy lentamente pese a las severas restricciones adoptadas hace más de un mes.
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El pacto alcanzado ayer, con las salvedades de la abstención de la Generalitat catalana y la oposición al cierre perimetral por parte de Madrid, pretende ser un punto de encuentro de las instituciones con los deseos ciudadanos. Una línea de equilibrio que permite a los primeros transferir la responsabilidad de lo que ocurra en adelante a la conducta individual. Pero las actuaciones y consejos anunciados presentan fallas que pueden hacer de la asunción colectiva de los riesgos de contagio un ejercicio proclive a la temeridad. Es lo ocurre con la apertura a la movilidad entre comunidades de familiares y, sobre todo, de «allegados», cuando no se restringe el destino de estos ni su período de estancia lejos de sus lugares de origen. O con la extensión a diez personas del aforo máximo para las celebraciones privadas en los días más señalados rebajando a la condición de simple recomendación que provengan de dos hogares como máximo porque podrían alentarse los intercambios domiciliarios incluso por encima de lo habitual. Además, el consejo de limitar contactos sociales desde diez días antes del período de excepción navideña y durante el mismo debería extenderse al conjunto de la población, y no solo a los estudiantes y trabajadores que regresan a casa durante las fiestas.
Sería un imperdonable error confundir los avances en la contención del virus y la inminente llegada de las primeras vacunas con una victoria anticipada o una invitación a bajar la guardia. O la ciudadanía asume que esta Navidad será excepcional y que el COVID no descansará, y actúa en consecuencia, o cuando quiera percatarse de ello será demasiado tarde.
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