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Casi dos años después de su aparición, la pandemia de COVID continúa acaparando la atención mundial a pesar de los que los 'covidiotas', como los denomina John Carlin, se empeñen en vanos argumentos negacionistas. Cuando parecía que podíamos reencontrar personas queridas como esgrimía el anuncio « ... vuelve a casa por Navidad», y hacíamos planes para recuperar libertades personales de movimiento, la nueva variante Ómicron emerge amenazantemente como una némesis del relativo optimismo pandémico; se avecina la sexta ola (hasta ahora con aumento soportable de contagios pero de deriva incierta) con nuevas restricciones normativas para frenarla, y presión por reforzar la vacunación.
Ómicron evidencia realidades importantes. Una es la de dos Europas en sentido inverso a lo esperado: Europa del Norte, habitualmente líder del progreso cívico, es la más azotada; Europa del Sur, que pagó el mayor tributo a la pandemia en 2020, mantiene hasta ahora mayor distancia de las garras pandémicas con alta tasa de vacunación completa (Italia 73% o España 80%, versus el 68% en Alemania) y persistente uso de gestos barrera. Otra es la edad de incidencia y fuente de contagio, situada actualmente entre 5-11 años, previendo extender la vacunación a ella. Otra señala que el control del virus no se alcanzará hasta que haya una distribución solidaria de vacunas hacia países menos desarrollados, foco de mutaciones y contagios que irradian hacia los países ricos.
Quizás hayamos aprendido, no todo lo necesario pero sí lo suficiente, para saber que la persistencia de la pandemia no es una fatalidad, sino una realidad a afrontar sin negacionismos ni alarmismos inmovilizantes. Además, disponemos progresivamente de herramientas para frenar su avance: científicas (vacunas, medicamentos), gestos barrera (mascarillas, higiene, etc.) y normas que han mostrado su eficacia.
Pero la sociedad no enferma solo de COVID. Si USA es espejo de una sociedad occidental, debemos preguntarnos qué sucede con los valores para que soporte repetidamente masacres indiscriminadas a manos de adolescentes como la de la pasada semana, porque pone en evidencia la raíz endémica del declive de la educación de unos padres que públicamente aceptan no haber tomado medidas ante una conducta asesina anunciada, y han facilitado el medio para realizarla.
Vivimos en una nueva era de incertidumbre. Vencerla es progreso, y este supone: avance científico, ética, responsabilidad individual y colectiva, acción de los gobiernos para promover el flujo igualitario de vacunas y preservar, como está haciendo la fiscal McDonald, los valores y derechos humanos básicos.
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