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La Nave Fénix

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Ojo de buey ·

Domingo, 21 de abril 2019, 09:54

Una catedral, como Notre-Dame, no se termina nunca. Los plazos de las catedrales no son los nuestros, los del individuo, que se hacen y deshacen en unos cuantos años, en lo que le puede costar a una catedral sólo el cambiar su girola, ... o el pintar los frescos de una sola de sus capillas. Añadir una planta nueva en una catedral equivale a decenas de nuestras vidas. Una catedral, como Notre-Dame, no se corresponde con nuestra escala. Ni temporal, ni autoral. Pues el hombre, artesano de turno, en su acción puntual se ve rebasado en este caso por el curso y avatares del tiempo: definitivo maestro de obra. Y el hombre, su peón. Sin embargo, están llamados a operar en paralelo. Son los siglos y los hombres agentes que paradójicamente parecen trabajar en la elevación a la vez que en la consunción del edificio. De ahí su fragilidad, por gigantesca que sea su estructura. El más mínimo desajuste, un error o un accidente y quedará reducido a una zona cero: tiempo cero, lugar cero. Un idéntico regreso a las cenizas se ha verificado en muchas de nuestras construcciones, indistintamente del material -o inmaterial- del que estuvieran fabricadas; de su resistencia o de su tensión.

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