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El alegato que ha adornado la baja de Abel Bayo de la nómina de afiliados del PP riojano, casi insolente de rotundo, responde al prontuario que conduce el discurso que vienen dejando oír los corifeos del ala crítica de Duquesa de la Victoria número 3, ... afectos al antiguo régimen de Sanz y derrotados de Riojafórum varios, que no terminan de digerir que el Ebro sigue naciendo en Fontibre y finando en el Mediterráneo (tal y como advirtió Jorge Manrique) sin intervención mediante del reverenciado líder.
En E la nave va, Federico Fellini descubre las grandezas y las miserias, sobre todo las miserias, de un heterogéneo grupo de la alta sociedad europea que se embarca con las cenizas de una diva de la ópera para acompañarla a su último destino. La narración cinematográfica deviene en una sátira sobre la rivalidad, la envidia, la animosidad y el resquemor entre quienes aspiran a ocupar no ya el lugar de la prima donna, que también, sino a mantener siquiera los 'privilegios' que cada uno entendía le correspondían por derecho junto a la estrella.
A Abel Bayo, el penúltimo superviviente del sanzismo en el ecosistema de Ceniceros, no se le tendría seguramente como uno de embarcados: no mostró aparentes ambiciones en su súbito paso por la cosa pública. Y si las tuvo, las ocultó con tanta solvencia como nula transparencia. Lo dejó en el momento justo, motu proprio, en el asalto anterior a ser carne de liquidación. Y fuese y no hubo nada. Hasta ayer, cuando puso el punto final a cuatro años de filiación popular y dos de silencio tras ver la luz y descubrir que «los partidos nunca tienen en cuenta ni la voluntad ni las decisiones ni lo que preocupa a las personas». Fin de la cita.
Inobjetable iluminación sobrevenida que encajaría en el personaje, un hombre arrivado de la cantera de las humanidades, y lo alejaría de las mezquindades humanas que reflejó Fellini en el barco que navegaba pese al sobrepeso de intereses y egos que amenazaban su flotabilidad. Ello, claro, de no ser por el desbarre final, la desafinación a destiempo por tardía: «El presidente es un títere en manos de cuatro personas». Valiente denuncia. La suya y la que ahora repiten algunos de quienes como él fueron actores callados, silentes, cautelosos, mudos en suma. Denuncian sin denunciar, como avisando y que sean otros los que completen la faena y señalen a los titiriteros. Fueron actores pasivos que aspiraron a mantener los privilegios con los que les privilegió la diva y ahora arrean contra su sustituta.
La película acaba cuando la nave se hunde y los pasajeros huyen en salvavidas con el coro de 'La fuerza del destino' como banda sonora.
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