El lunes un amigo me hizo un regalo, una botella de leche recién ordeñada, uno de esos pequeños detalles que te provocan recuerdos. Puse la leche en la cazuela y recordé la vaquería de mis padres y mi infancia entre vacas y terneros. Cuando la ... leche está a punto de hervir se baja el fuego para que pierda el hervor y repetimos la jugada tres veces. Así se crea esa capa de crema, esa nata que tenía la leche de mi niñez. Mi merienda preferida era la nata batida con azúcar sobre el pan, un manjar que nos preparaba mi madre a mí y a mis amigas. Viendo el borboteo pensé que hoy hay envases de leche entera, semidesnatada, desnatada o sin lactosa pero, en todas, la crema ha desaparecido como la sinceridad y la verdad de las cosas. Y es que se empieza a echar en falta lo auténtico frente a lo aparente, el sabor real que detesta el edulcorante porque incluso lo amargo es natural.
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Cuando tenemos hambre de verdades solo nos ofrecen sucedáneos. Piensen en el Parlamento. Si esperábamos que en 2021 sus señorías dejaran de aburrirnos con su bronca inútil y que un destello de inteligencia abriera un horizonte de unidad que nos fortaleciera frente a la pandemia, el balance no puede ser más descorazonador y soso. Nos han entretenido con un guiso aliñado con aditivos que trata de ocultar la baja calidad del producto parlamentario que nos ofrecen. Este año el Parlamento ha sido, como el anterior, una sucesión extenuante de insultos y una proliferación de argumentos vacíos e irrelevantes, de bravuconadas improcedentes y anuncios de apocalipsis imposibles. Todo ello condimentado de una oratoria descremada e insípida. Es difícil encontrar un poco de nata en el enorme puchero del hemiciclo donde sus señorías no consiguen activarnos el paladar y mucho menos la emoción.
El riesgo de abusar de argumentos de baja calidad es que alejan a los ciudadanos del lugar donde se cuece su futuro y eso es peligroso. Tratar a los adversarios políticos como a enemigos ensalza pasiones, pero oculta peligros que levantan muros de sectarismo en vez de puentes de entendimiento, y así se debilita la democracia, lo único que protege al ciudadano corriente. Envolverse en la Constitución es tontería si luego se deteriora la convivencia y se debilita el régimen representativo en el que vivimos hace 43 años. Puede que la estrategia de algunos sea hacernos creer que es mejor no creer ni en la igualdad, ni en la justicia, ni en la riqueza de la diversidad, ni en la fuerza de la fraternidad, ni en la auténtica libertad, es decir, en lo que es la nata de la democracia. Vayamos con cuidado que es mucho lo que está en juego.
Va a nacer un nuevo año. Solo le pido ver borbotear en la cacerola parlamentaria a oradores que nutran sus argumentos de lo auténtico. Crucemos los dedos, que 2022 viene con curvas.
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