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Hoy escribo de nada. Nada es la multa que me ha llegado desde el Institut Municipal d'Hisenda de Barcelona por exceso de velocidad con un cargo de 300 euros. Sería algo y la pagaría con dolor pero responsabilidad cívica si no fuera por un ... detalle nimio: no estaba en la ciudad condal en la fecha señalada en la denuncia. De hecho, hace meses que no visito Cataluña y cuando he viajado allá siempre ha sido en tren. Hay otro matiz. El documento oficial, que no adjunta prueba alguna del momento de la infracción, indica que el vehículo objeto de la sanción es una furgoneta. El mío, sin embargo, es un pequeño utilitario con el que nunca he estado en Barcelona y dudo que pudiera llegar hasta allí sin abrasar el motor. O sea, nada de nada. Todo eso es lo que expliqué al tan amable como incólume funcionario con el que contacté a través de un número de pago tras infinidad de intentos. Con algún desliz idiomático en la traducción de mi queja, convino en que se trata de un error. «No pasa nada; a veces ocurre (sic)», explicó. Un fallo en la transcripción de la matrícula por parte de los agentes, que al teclearla en la base de datos remite así a un propietario que nada tiene que ver con el incidente. Su compresión no anuló la multa. Ello depende de que llegue a su destino el pliego de descargo certificado que me llevó una mañana cumplimentar, incluyendo fotos del coche que no superó ningún límite de velocidad, su ficha técnica y un prolijo además de obvio listado de alegaciones. Hoy es nada, pero la próxima vez escribiré de algo: el absurdo de tener que demostrar de sopetón la propia inocencia o pagar 300 euros.
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